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Trabajadores de los astilleros de Gdansk |
A las ciudades de Poznan, Varsovia, Szczecin, Gdynia, Sopot, Gdansk,
Plock, Katowice y otras les cabe el honor de haber protagonizado, por
medio de sus trabajadores, una lucha inteligente, tenaz, verdaderamente
ejemplar, para denunciar la tiranía del Partido Comunista Polaco,
conseguir mejoras para los obreros y, en definitiva, contribuir al
establecimiento de un régimen democrático en Polonia.
La formación de los consejos obreros desde 1956, al margen de la
legalidad, fue un primer paso al calor de las revueltas que la población
había protagonizado en Hungría por aquellos años. Todo comenzó en
Poznam, donde se exigió la legalidad de sindicatos independientes. Una
marcha sobre Varsovia fue reprimida por el ejército. Primero el
Secretario Gomulka y luego Gierek, con sus respectivos dirigentes, no
hicieron más que obedecer a Moscú, mantener su estatus privilegiado,
someter al país y no reconocer que un pueblo no está dispuesto
eternamente a la tiranía. Aquellos dirigentes tenían mucho de
burócratas, poca formación y una gran dosis de ambición política,
entendida esta en el peor sentido de la palabra.
De todas formas el Partido Comunista tuvo que aceptar la creación una
Conferencia de Autogestión, por la que trabajadores ajenos al partido
constituyeron con funcionarios de éste un órgano que pronto se reveló
inoperante, pues no se le condeció el poder necesario para democratizar
las decisiones en el seno de las empresas. La situación estalla de nuevo
en Gdansk, Sopot y Gdynia, resultando muertos varios trabajadores; pero
las protestas se extienden a Szczecin, donde se organiza un Comité
Interempresarial de Huelga: se trata de coordinar lo que se estaba
haciendo aisladamente en unas ciudades y otras. El Partido Comunista
hace oídos sordos a las reivindicaciones obreras: aumento de salarios,
derechos sindicales... todavía no reclamaciones políticas que pusieran
en cuestión al régimen. La masacre de Gdynia ha quedado como muestra de
crueldad y de ceguera de unas autoridades ante reclamaciones
elementales.
Más huelgas y la reclamación de que se canalice legalmente la existencia
de sindicatos libres. Ahora cobran una importancia extraordinaria los
trabajadores de Szczecin, donde se presenta el propio Gierek (secretario
del partido) prometiendo aumentos de sueldo a partir de créditos
llegados de la Europa occidental. Puede parecer paradógico, pero fue
idea de los sindicatos alemanes occidentales, que quisieron de esta
manera incidir en las acciones que los trabajadores polacos estaban
llevando a cabo. Cuando llegue la crisis del petróleo, en los años
setenta, dichos créditos occidentales cesarán, pero Polonia habrá
quedado -como Estado- endeudada por muchos años. El partido no era capaz
de gestionar un país al mismo tiempo que intentaba dar "respuestas" al
movimiento obrero.
La represión de 1976, ante nuevas movilizaciones de los trabajadores, es
un hito en la historia reciente de Polonia, con una novedad: los
trabajadores renuncian a las acciones violentas en las calles, que en
todo caso habían sido minoritarias, y se encierran en las empresas. En
todo el proceso habían tenido importancia los intelectuales, interesados
en minar las bases del régimen comunista, pero no todos los obreros
polacos estuvieron de acuerdo con esta colaboración. La intervención de
la Iglesia, verdadero catalizador del nacionalismo polaco, también hizo
su aparición. Una Iglesia que no había sido tan perseguida como en otros
países con régimen comunista, se encuentra con fuerza para contribuir
también a la erosión del régimen, sobre todo cuando sea elegido papa
Karol Woktyla. Aquella represión se llevó a cabo sin juicios, muchos
trabajadores perdieron sus puestos de trabajo, otros fueron vigilados
por la policía; la atmósfera se hizo irrespirable.
El año 1976 marca también una inflexión en el movimiento obrero polaco,
pues desde éste momento se critica ya al sistema, se cuestiona al
régimen como principal obstáculo para el logro de los derechos más
elementales. Una de las denuncias más frecuentes es contra los
privilegios de los funcionarios del partido, sobre todo los más altos,
prueba de que todo régimen antidemocrático lleva inexorablemente a la
corrupción. Los trabajadores de Katowice, en Silesia, contribuyeron
decisivamente a partir de éste momento, y de hecho comenzaron a
organizarse sindicatos libres al margen de la ley: aquí destacan el
matrimonio Gwiazda, Lech Walesa y Anna Walentynovicz. Se acepta ya
abiertamente a los intelectuales y la colaboración de la Iglesia, que va
a ser una nota característica cuando se cree Solidaridad.
La Carta de los Derechos de los Trabajadores se redacta en Szczecin y se
da ocasión a las huelgas de 1980, en cuyo caldo de cultivo tendrá su
origen Solidaridad. La organización colectiva de todo el
conglomerado de sindicatos libres que el partido comunista polaco no
pudo contener, da ocasión al Comité Interempresarial de Huelga, que
luego derivará hacia una organización que trascienda de los momentos de
huelga para tener carácter permanente. La formación de Solidaridad,
no obstante, es el resultado no solo de todo el movimiento relatado
sintéticamente hasta aquí, sino de las peculiares características de la
situación polada: Solidaridad se declara antiestatal y
antipolítico, como ha señalado Mercedes Herrero, pues el Estado -sigo en
esto a la citada autora- se considera como opresor, sobre todo porque
ha estado supeditado a poderes exteriores, primero a Prusia, Austria y
Rusia, luego a los zares y ahora a la Unión Soviética. La política se
identifica con el Partido Comunista, de lo que se pretende huir. Hay un
aspecto muy peligroso en Solidaridad y es que se concibe el
movimiento con un carácter nacional, no de clase, como si toda la nación
tuviese los mismos intereses, lo que se comprende en una sociedad "sin
clases", al menos en teoría, y la acción colectiva se concibe
corporativamente, con ciertos parecidos a los sindicatos en las
dictaduras no comunistas, con la diferencia de que Solidaridad no dependía del Estado.
Otras características son consecuencia de la Iglesia católica, pero en todo caso Solidaridad protagoniza
ya la dirección de las huelgas de 1988, en vísperas de la caída del
imperio comunista. Es el momento en que el régimen no tiene más remedio
que negociar, Solidaridad se presta a ello, colabora con la
transición, es legalizada y sufre sus primeras disensiones: una
generación nueva de sindicalistas, muy jóvenes, demuestran un activismo
extraordinario, están en contra de la colaboración con los comunistas,
desnortan pasajeramente a los viejos luchadores, ahora en Solidaridad la
mayoría de ellos. Que tras unas elecciones donde el triunfo de la
oposición en clarísimo, llegue a ocupar la presidencia del Gobierno el
católico e intelectual de Solidaridad Tadeusz Mazowiecki, tuvo sus costes.
L. de Guereñu Polán.