Se reabre polémica sobre el mal llamado cementerio
nuclear, lo que vuelve a plantear otros temas: Centrales, costes, etc. y vuelven
a plantearse sobre creencias en vez de datos.
Empecemos por decir que casi todo el debate está
plagado de falsedades muy evidentes. Primero el cementerio tiene como nombre
oficial Almacén Temporal Centralizado (ATC), claro que, en contra de lo que el
nombre quiere indicar, se trata de algo que puede durar unos pocos de miles de
años, o sea temporal si es pero para mucho, mucho tiempo, si la I + D asociada
al proyecto no encuentra remedio. No quedan mejor parados los que se empeñan en
calificarlo como “cementerio”, no solo no tiene nada que ver con enterrar nada
allí, sino que lo que intenta es que si hay que enterrar algo, en algún otro
sitio, sea la menor fracción posible.
Segundo, los opositores al ATC (y a cualquier otra
solución de almacenamiento) son los más fervientes partidarios del abandono de
la fuente nuclear como alternativa de producción energética, y claro ambas
cosas no solo son incompatibles de origen sino que, en un exceso de realismo
fantástico, intentan ignorar que muchos de los residuos de alta actividad y
larga vida ya existen y algo habrá que hacer con ellos. Para hacer algo se
estudian cuatro alternativas: reciclado, almacenamiento en superficie, enterramiento
y transmutación (sí, el mismo proceso que intentaban los alquimistas medievales).
Tercero, y lo opositores a cualquier ubicación de
cualquier tipo siempre van a existir, en el argumento de las distancias a
poblaciones, aves u otras especies, suelen ignorar un par de cosas, una, que
todos los incidentes y accidentes graves
se han producido en instalaciones de producción y no de almacenamiento, y dos,
que cuando se han producido la distancia no ha evitado sufrir consecuencias.
Supongamos, que es mucho suponer, que el ATC se instala en Galicia (lejos de la
costa por la experiencia de Fukushima) y hay un accidente grave, pues es altamente
probable que las verduras que se cultivan en Almería o Murcia se vean
contaminadas en mayor o menor medida, como es sabido, aún cuando poco recordado
verduras del Maresme catalán se retiraron de la comercialización afectadas por
Chernobyl.
Cuarto, los que defienden que no se realice ningún
tipo de transporte de residuos en los territorios próximos, en ocasiones con
acciones bastante insensatas (todos hemos visto por Tv trenes y camiones que
han tenido que ser protegidos incluso por el ejército) olvidan que de alguna
forma se han tenido que llevar los residuos a las actuales 8 instalaciones
activas en Europa. El mayor riesgo al que han estado sometidos los transportes
han sido las acciones de ecologismos radicales transformados en religión.
Algunas conclusiones.
Ninguna de las cuatro alternativas es
absolutamente segura, todas tienen problemas por lo que más importante que el
ATC, o cualquier otra instalación, va a ser lo que sea capaz de generar el
Parque Tecnológico, previsto en el proyecto del ATC, y es casi seguro que la “buena
solución” sea una mezcla de las cuatro. Entre tener 7 u 8 instalaciones
provisionales dispersas por toda la geografía, y gestionadas por empresas en las
que el beneficio y coste es una variable al menos tan importante como la
seguridad, y una sola instalación de gestión y control público, yo me quedo con
esta última opción.
Aún cuando los costes no son lo más importante,
hay que recordar que no puede ser más barato seguir manteniendo el alquiler de
instalaciones ajenas que tener unas propias, que además permitirán buscar soluciones
algo más definitivas y mejores que almacenar por miles de años toneladas de
residuos ya existentes y los que se generarán cuando se desmonten las centrales y otras instalaciones
productoras de los del alta actividad y larga vida.
Julio de 2015
Isidoro Gracia