Estamos en fechas solsticiales propias
a que al tiempo que decae la luz solar, broten con el entusiasmo del líquido de
una botella de cava agitada, cascadas de presunta "felicidad" y "cariño" a caballo de un “espíritu navideño” que por una
quincena escasa intenta mostrar que el corazón humano rezuma bondad ,
generosidad e incluso ternura
Salvado respetuosamente el sentimiento
de los que sinceramente viven las
fechas desde su convicción religiosa o
incluso esotérica, es alarmante la brutal manipulación con crecimiento
exponencial, que bajo el disfraz de una
veneración impostada y a tiempo tasado, utiliza la sensibilidad de la población
para abrir camino a un disparatado consumismo, cuyos pingues beneficios
saborean golosamente diversas colectivos mercantiles. Se nos pinta la Navidad
como tiempo místico que humaniza
actitudes y comportamientos. Que aquieta con simplismo buenista los desafectos, y que el chascar de dedos de
la magia navideña envuelta en luces callejeras multicolores tornan dolor en
fiesta, angustia en albricias, mientras la felicidad y la bonhomía presiden las relaciones humanas.
La terquedad de los diarios, negro
sobre blanco y los medios audiovisuales nos recuerdan, que el Mare Nostrum es Mar de
Muerte, que las armas, el más floreciente negocio de países que
consideramos modélicos, siegan vidas sin tregua, mientras satisfecho señores
abordan cachazudos en organismos internacionales presuntamente “serios y
solventes”, la casuística de los diverso puntos calientes azotados por olas de
muerte, de cuya autoría intelectual, ellos mismos en no pocos casos, sin
actores.
En una acera de Rio la policía patea o
mata niños colocados con pegamento. En un supermercado de Caracas se asesina
por una barra de pan o un rollo higiénico. En una avenida de Nueva York
alguien muere de hambre a los pies de un
lujoso edificio por la carencia de una mínima asistencia social. En América
Latina la vida es un valor a la baja en
países azotados por la violencia y la injusticia. La sangría de asesinatos de
género en nuestra “modélica” sociedad
forma parte de la hipocresía nacional que da la mayor respuesta con minutos de
silencio y decenios de inacción y desamparo de la mujer. La prostitución infantil es lacra que
acompaña el tráfico de seres humanos
para ser vejados y prostituidos hasta la extenuación. Un fabuloso negocio
billonario…tanto como el de los estupefacientes y el alcohol que de forma
metódica diezman el futuro y la vida de la adolescencia y la juventud, pero
también de mucha gente no tan joven. Cientos de miles de personas huidas de un
horror se arrastran en otro, inmersos en
el lodo y la hambruna. Golpeados por el rigor del clima, refugiados sin refugio
al albur de ojerizas de nativos y xenofobia delirante, contemplan su
supervivencia en alcanzar el amanecer del día siguiente.
Entonces es cuando en el ocaso del año,
se arbitra una época propicia para auspiciar lavados de conciencia, con
lucecitas, melodías pegadizas y
sentimentales, y efímeras ayudas puntuales a
los más depredados de la sociedad. Un caleidoscopio de sonrisas huecas y
expresiones almibaradas, afirmaciones campanudas mientras se impulsa en
paralelo un férreo culto al materialismo, insolidario, codicioso, compulsivo.
Cosechado en campañas publicitarias que crean las necesidades y dependencias
más ridículas. Campañas tan eficaces como la que introdujo y dio carta de
naturaleza como imprescindible en el escenario del gasto, a un gordinflón
vestido de rojo, que desde su trineo, duplica el mito consumista estacional que
era monopolio de tres presuntos magos coronados. Realmente estamos en una sociedad que no solo
deifica el consumo, sino que lo antepone a todo. Independencia, sentido común,
coherencia en la administración de los recursos y a medio plazo, incluso la armonía del bienestar. Son fechas excesivas, en las que hasta un
jefe de estado de escabrosa legitimidad, desde
uno de los grandes vehículos de alienación, la televisión, tiene la osadía entre un abeto y un belén, de invadir hogares
para lavar en momentos sensibles de
presunta intimidad los cerebros de los
espectadores intentando vender, la más que
dudosa utilidad de su ejercicio.
Cuando
la maldad intenta mostrarnos su
mejor cara es cuando debemos temernos lo peor.
Igual que el sentido común deja de serlo, cuando muy ufanos nos volcamos
en la histeria colectiva de una cierta amabilidad, un barniz de espíritu
solidario, talantes menos ariscos, en apenas quince días, entre diciembre y
enero, cuando debiera ser norma de convivencia de enero a diciembre.
Muy atrás quedan otras Navidades, con
mayúscula, que la inmensa parte del país que vivió las estrecheces y miserias
de una posguerra que alargó su asfixia vital hasta muy entrados los años
sesenta, las celebraba con modestia y privacidad. Y las convertía en bálsamo en
el que se compartían recursos muy sensatamente administrados y siempre bajo la égida de la solidaridad. Y donde
frente a la escasez, la respuesta era profundizar la cohesión fraternal.
Si hubo un “espíritu navideño”,
si realmente existió… un espíritu presidido por la calidez de la fraternidad
humana…hace mucho que el marketing, la gobalización en su peor faz de
especulación deshumanizada, carente de empatía social, mezquina de miras, yerma
de solidaridad, y las multinacionales, lo han asesinado. D. E. P.