Dice don Javier Fernández,
presidente de la Comisión Gestora del PSOE, que consultar a los militantes no
está en la “cultura” de dicho partido. Tampoco estaba corromperse hasta los
huesos por altos cargos y responsables públicos hasta hace unos años y sin embargo
esa cultura ha cambiado; sí formaba parte de la cultura del PSOE que sus
responsables políticos dimitiesen cuando defraudaban a la población o no daban
solución a los problemas planteados: así lo hizo Fernando de los Ríos,
Indalecio Prieto, Largo Caballero, José Borrel y otros muchos, pero no el
pontífice Felipe González, a pesar de que a finales de los años ochenta pasados
ya sabíamos muchas cosas sobre los crímenes de Estado cometidos por los GAL,
donde estaban comprometidos funcionarios y altos cargos del gobierno del señor
González, pero ¡ay! este no dimitió asumiendo sus responsabilidades políticas,
repito, políticas, en relación a aquellos crímenes. Los méritos del señor
González han sido reconocidos repetidamente –incluso por mí- y no es este el
lugar de recordarlos.
No estaba en la cultura del PSOE
las elecciones primarias y ahora todo el mundo se abona a ellas. Ya se ve como
la cultura de un partido, sus usos y costumbres, pueden cambiar para bien o
para mal. En el caso de para mal forma parte de la cultura del PSOE, como en la
de cualquier otro partido, conspirar para derribar a un Secretario con el cual
se han compartido acuerdos y se han tomado decisiones solo unas horas antes.
Esto ha ocurrido muy recientemente, una vez más, escandalosamente, con el
concurso esmeradísimo de don Javier Fernández. Me lo imagino con sus silencios,
sus murmullos, las carreras nerviosas de personajes que pocos hubieran podido
sospechar el día anterior, las secretas reuniones de incógnito, los mensajes
cifrados, las visitas furtivas y los rumores de todo tipo.
Imagino a don Javier Fernández con
la vista puesta en Sevilla, capital de España por unas semanas, recibiendo
frenéticamente llamadas telefónicas desde Valencia, Zaragoza, Mérida y otras
ciudades. Me lo imagino llamando a él una y otra vez a doña Susana Díaz,
escuchando sus requerimientos, sus propuestas, las cuitas que nunca expresó
abiertamente allí donde estaba llamada a hacerlo, los órganos de dirección del
PSOE.
En la cultura del PSOE estaba
celebrar congresos por medio de delegados que votaban, con una sola cartulina,
con una sola voz, la pretendida voluntad unánime de los militantes de una
federación, cuando en realidad esa voluntad era plural, matizada y rica. Don
Felipe González ganó no pocos congresos socialistas por este poco edificante
procedimiento. Ahora la cultura del PSOE, por fortuna, ha cambiado: hay
elecciones primarias. ¿Por qué no consultar a los militantes cuando la
controversia es honda y la gravedad del asunto lo merece? No se trata de
generalizar ese procedimiento, que rompe con el principio de la democracia
representativa que el PSOE ha ayudado a establecer, sino de abrirse a nuevas
formas que se van a imponer se quiera o no.
En la cultura del PSOE estaba el
trabajo sindical y ahora brilla por su ausencia; estaba la disciplina y la
discusión discreta y ahora se airean acusaciones y voceríos. El señor Sánchez
puso en funcionamiento el mecanismo de la conspiración –en la peor tradición de
los partidos políticos- cuando apeló a una posible consulta a los militantes
para una decisión trascendente. ¿Cómo se iba a restar poder a los mandamases de
Extremadura, Aragón, Valencia, Andalucía o La Mancha? De eso nada. La ambición,
propia de la naturaleza humana, se convierte en vicio cuando se alcanza por
medios ilícitos, cuando se apela a supuestos argumentos falaces, cuando se pone
como disculpa la “cultura” de un partido, su tradición, con unos fines que son
distintos a los del bien del país.
L. de Guereñu Polán.