viernes, 17 de marzo de 2017

VERDADES CONOCIDAS , QUE NO DEBEMOS OLVIDAR.




La evolución de la humanidad  es lo que deviene en ese relato que llamamos historia. Casi  nunca responde a pautas homogéneas, o previsibles. Asistimos a una progresión de  sucesos que en un efecto dominó inciden no solo en los países originarios sino, como irrefrenable torrente, fluyen a lo largo del planeta haciendo que distancia y diferencia pierdan sentido. Las fronteras de lo que Herbert Marshall define como “aldea global”, se hacen irremisiblemente permeables
La crisis que nos afecta desde hace más de una década, cuyo diagnóstico es complejo, se evidencia en la volatilidad de los flujos económicos y financieros, la grieta en las relaciones laborales, la precarización de derechos presuntamente consagrados como el acceso a la cultura, la educación o la protección social, a la vez que exige respuestas ante cómo conciliar civilizaciones y aprender a vivir juntos. Un escenario político donde las respuestas pasan siguen siendo entre escasas o nulas. Con practica de avestruz tendemos a llamarle futuro, a riesgo de ser ya presente, en una sociedad cuya dinámica amenaza superarnos.
Nos acechan desafíos muy distintos de los que afrontaron generaciones anteriores. Situaciones complicadas en lo ecológico : deforestación, contaminación, o sobre-explotación de recursos naturales. Una demografía que crece fuera de control en las áreas mas depauperadas y cae vertiginosa en las más desarrolladas. A lo que se asocian la degradación durante la crisis  de  ciertas virtudes de uso tácito: la templanza, la modulación del afán de éxito y de riqueza o la solidaridad. Se auspician situaciones de codicia inducida, que desbordan el legítimo derecho a lucro. Se premian actitudes que de forma perversa anulan la ética. Lo  resume de forma gráfica la expresión, “greed is good”, “la codicia es buena”. 
Progreso es civilismo, democracia, felicidad, espiritualidad laica. Desterrar el miedo como herramienta de extorsión en la convivencia. Proteger a los más débiles Perfeccionar el constitucionalismo, recuperando a Montesquieu en una pulcra separación de poderes.
En el siglo XXI,  ha de ser sinónimo de  bienestar material, social, moral e intelectual. Siguiendo  el ejemplo de las grandes tradiciones iniciáticas, cual ave fénix debemos morir para renacer, de los viejos modos a los nuevos horizontes.  Tenemos que pasar de la oscuridad a la Luz. Millones de seres sin derecho a la educación, al trabajo, a la sanidad y a la vivienda. Millones de mujeres en condiciones infrahumanas. Migraciones masivas. Pandemias. Desprotección de la infancia... Así no puede haber progreso. Así solo caben dolor y oscuridad. Despertando de su sopor a las sociedades envilecidas que terminan aceptando que el rico sea mas rico mientras el pobre se enriquezca de pobreza. No cabe indiferencia mientras la brecha social se ahonda, la injusticia se conjuga con impunidad y la fraternidad amenaza caer en desuso. Siendo indiferentes ante mundo hostil que genera una sociedad deshumanizada. 
Desde la revolución burguesa de 1789 en Francia  y sus antecedentes en la respuesta de unos poderes económicos incipientes y una floreciente burguesía, que cuestiona definitiva la herencia feudal y el poder incontestable del rey y buscan la reinterpretación de la religión y la relación hombre – Dios,  en un desencuentro que daría con el Rey Carlos I en el cadalso y el fortalecimiento del parlamentario van mas de tres siglos de empeño tenaz en construir una sociedad moral y espiritualmente distinta. De forma intermitente en su camino, la sociedad sufrió la “damnatio memoriae”. Aquella antigua practica  egipcia, después utilizada por el Senado romano y de uso por muchos absolutismos... Tras proclamar al enemigo, viene el encono virulento de abolir el recuerdo.  Por su proximidad y especial encono, cabe recordar   al final de la guerra civil, al franquismo promulgando la siniestra “Ley de Represión del comunismo y la masonería”  que se mantendrá desde el 1 de marzo de 1940 hasta 1963, aunque la comisión liquidadora  de la misma, perduró hasta 1971. 
La belicosidad   del poder político y eclesiástico, ante las nuevas corrientes de pensamiento encuentra respuesta en la agonía del Antiguo Régimen y del poder eclesial que ven en riesgo su supremacía. Eran inaceptables los librepensadores con sus propuestas de que la toma de posición habría de formularse sobre las bases de la lógica, la razón y el empirismo en lugar de sobre la autoridad, la revelación o el dogma. Personas que osaban subrogar en sí mismas la capacidad de fundamentar opiniones sobre un análisis imparcial de los hechos, desoyendo el dogmatismo, o el poder absoluto. Algo intolerable para quienes monopolizaban tanto el dogma como el poder. Por si fuere menester citar un ejemplo del rigor aplicado en evitarlo, cabe evocar la quema del filósofo Giordano Bruno por la Inquisición de Roma el año 1600.
El choque entre integrismo y razón, lo refiere en su ensayo “La ética de las convicciones”, el matemático y filósofo británico del siglo XIX  Williams Clifford impulsor en 1878 del Congreso de Librepensadores: "es un error siempre, en todas partes, y para cualquier persona, creer cualquier cosa con insuficiencia de pruebas." 
 Hemos de seguir infatigables comprometidos con la perfección de una sociedad que queremos democrática. Digna de hospedar el pensamiento social y el humanista. Ejemplar ante una ciudadanía cercada por la corrupción. Que haga armónica la coexistencia de la seguridad, conciliada con  los derechos humanos, y  el vivir juntos y en paz.

 Antonio Campos Romay

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