La evolución de la humanidad es lo que deviene en ese relato que llamamos
historia. Casi nunca responde a pautas
homogéneas, o previsibles. Asistimos a una progresión de sucesos que en un efecto dominó inciden no
solo en los países originarios sino, como irrefrenable torrente, fluyen a lo
largo del planeta haciendo que distancia y diferencia pierdan sentido. Las
fronteras de lo que Herbert Marshall define como “aldea global”, se hacen irremisiblemente
permeables
La crisis que nos afecta desde hace más
de una década, cuyo diagnóstico es complejo, se evidencia en la volatilidad de
los flujos económicos y financieros, la grieta en las relaciones laborales, la
precarización de derechos presuntamente consagrados como el acceso a la
cultura, la educación o la protección social, a la vez que exige respuestas
ante cómo conciliar civilizaciones y aprender a vivir juntos. Un escenario
político donde las respuestas pasan siguen siendo entre escasas o nulas. Con
practica de avestruz tendemos a llamarle futuro, a riesgo de ser ya presente,
en una sociedad cuya dinámica amenaza superarnos.
Nos acechan desafíos muy distintos de
los que afrontaron generaciones anteriores. Situaciones complicadas en lo ecológico
: deforestación, contaminación, o sobre-explotación de recursos naturales. Una
demografía que crece fuera de control en las áreas mas depauperadas y cae
vertiginosa en las más desarrolladas. A lo que se asocian la degradación
durante la crisis de ciertas virtudes de uso tácito: la templanza,
la modulación del afán de éxito y de riqueza o la solidaridad. Se auspician
situaciones de codicia inducida, que desbordan el legítimo derecho a lucro. Se
premian actitudes que de forma perversa anulan la ética. Lo resume de forma gráfica la expresión, “greed
is good”, “la codicia es buena”.
Progreso es civilismo, democracia,
felicidad, espiritualidad laica. Desterrar el miedo como herramienta de
extorsión en la convivencia. Proteger a los más débiles Perfeccionar el
constitucionalismo, recuperando a Montesquieu en una pulcra separación de
poderes.
En el siglo XXI, ha de ser sinónimo de bienestar material, social, moral e
intelectual. Siguiendo el ejemplo de las
grandes tradiciones iniciáticas, cual ave fénix debemos morir para renacer, de
los viejos modos a los nuevos horizontes.
Tenemos que pasar de la oscuridad a la Luz. Millones de seres sin
derecho a la educación, al trabajo, a la sanidad y a la vivienda. Millones de
mujeres en condiciones infrahumanas. Migraciones masivas. Pandemias.
Desprotección de la infancia... Así no puede haber progreso. Así solo caben
dolor y oscuridad. Despertando de su sopor a las sociedades envilecidas que
terminan aceptando que el rico sea mas rico mientras el pobre se enriquezca de
pobreza. No cabe indiferencia mientras la brecha social se ahonda, la
injusticia se conjuga con impunidad y la fraternidad amenaza caer en desuso.
Siendo indiferentes ante mundo hostil que genera una sociedad deshumanizada.
Desde la revolución burguesa de 1789 en
Francia y sus antecedentes en la
respuesta de unos poderes económicos incipientes y una floreciente
burguesía, que cuestiona definitiva la herencia feudal y el poder incontestable
del rey y buscan la reinterpretación de la religión y la relación hombre –
Dios, en un desencuentro que daría con
el Rey Carlos I en el cadalso y el fortalecimiento del parlamentario van mas de
tres siglos de empeño
tenaz en construir una sociedad moral y espiritualmente distinta. De forma
intermitente en su camino, la sociedad sufrió la “damnatio memoriae”. Aquella
antigua practica egipcia, después
utilizada por el Senado romano y de uso por muchos absolutismos... Tras
proclamar al enemigo, viene el encono virulento de abolir el recuerdo. Por su proximidad y especial encono, cabe
recordar al final de la guerra civil,
al franquismo promulgando la siniestra “Ley de Represión del comunismo y la
masonería” que se mantendrá desde el 1
de marzo de 1940 hasta 1963, aunque la comisión liquidadora de la misma, perduró hasta 1971.
La belicosidad del poder político y eclesiástico, ante las
nuevas corrientes de pensamiento encuentra respuesta en la agonía del Antiguo
Régimen y del poder eclesial que ven en riesgo su supremacía. Eran inaceptables
los librepensadores con sus propuestas de que la toma de posición habría de
formularse sobre las bases de la lógica, la razón y el empirismo en lugar de
sobre la autoridad, la revelación o el dogma. Personas que osaban subrogar en
sí mismas la capacidad de fundamentar opiniones sobre un análisis imparcial de
los hechos, desoyendo el dogmatismo, o el poder absoluto. Algo intolerable para
quienes monopolizaban tanto el dogma como el poder. Por si fuere menester citar
un ejemplo del rigor aplicado en evitarlo, cabe evocar la quema del filósofo
Giordano Bruno por la Inquisición de Roma el año 1600.
El choque entre integrismo y razón, lo
refiere en su ensayo “La ética de las convicciones”, el matemático y filósofo
británico del siglo XIX Williams
Clifford impulsor en 1878 del Congreso de Librepensadores: "es un error
siempre, en todas partes, y para cualquier persona, creer cualquier cosa con
insuficiencia de pruebas."
Hemos de seguir infatigables comprometidos con
la perfección de una sociedad que queremos democrática. Digna de hospedar el
pensamiento social y el humanista. Ejemplar ante una ciudadanía cercada por la
corrupción. Que haga armónica la coexistencia de la seguridad, conciliada
con los derechos humanos, y el vivir juntos y en paz.
Antonio Campos Romay
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