Teba (Málaga) |
domingo, 26 de noviembre de 2017
sábado, 25 de noviembre de 2017
Vindicación de Rodolfo Llopis
De la misma forma que Largo Caballero estuvo a
la sombra de Pablo Iglesias Posse hasta la muerte de este en 1925, influido por
su pensamiento y acción, así Rodolfo Llopis fue un seguidor y colaborador
estrecho de Largo hasta que este murió en el exilio en 1946, encontrándose
también el alicantino en Francia.
Llopis pertenece a la tercera generación de
socialistas que participaron en las sociedades obreras desde 1870,
aproximadamente, y fundaron unos años más tarde el Partido Socialista Obrero
Español y la Unión General
de Trabajadores. Nacido cuando el siglo XIX acababa en Callosa de Ensarriá,
provincia de Alicante, conoció a Largo Caballero en Madrid y a él se adhirió
muy pronto, reconociendo su intuición, capacidad de trabajo y entrega a la
causa del movimiento obrero de la época.
Cuando Llopis conoció a Largo este llevaba ya
un cuarto de siglo participando en el movimiento societario madrileño, pues
Madrid no era, en la segunda mitad del siglo XIX, una ciudad industrial como
Barcelona o Bilbao, por poner dos ejemplos. Más bien abundaban mucho los
oficios de artesanos y obreros de pequeños negocios y talleres, pero había
pocas fábricas modernas. Hasta tal punto Llopis admiró a Largo Caballero que
quiso escribir una biografía sobre el dirigente madrileño a principios de los
años cincuenta del pasado siglo, pero renunció a ello (después de haber hecho
acopio de muchísimos datos) por no disponer de medios para consultar archivos
(estaba en el exilio y España bajo el franquismo). Esto lo reconoce Julio
Aróstegui en una obra relativamente reciente, donde glosa, de forma
abultadísima, la vida y obra de Largo.
Francisco Largo Caballero no era un hombre
formado académicamente, pues solo había recibido algunos años de escuela antes
de que empezase a trabajar a los siete… Iglesias, como los fundadores del
socialismo organizado en España, procedían del mundo de la tipografía, del
periodismo o de cierta intelectualidad, como José Mesa o Jaime Vera. Contrariamente
a Largo, Rodolfo Llopis se había formado académicamente al tener esa
posibilidad y dedicó la mayor parte de su vida a la educación, la mayor parte
de su obra a la pedagogía y la mayor parte de sus esfuerzos fuera de este campo
al socialismo.
Una de las grandes preocupaciones de Llopis,
como de Largo Caballero, era la organización, preservarla de peligros que la
debilitasen, por eso –y esto es influencia de Iglesias- la Unión General de Trabajadores y
el Partido Socialista no fueron partidarios de huelgas a la ligera, sin
calcular las consecuencias y los posibles resultados, y de esta preocupación
participó también Llopis, cuya veneración por Largo se puso de manifiesto
siempre. Y fueron también partidarios, maestro y alumno, de lo que entonces se
llamó “intervencionismo”, es decir, aprovechar los resquicios que permitía el
Estado en manos de la burguesía para influir incluso dentro de las
instituciones públicas.
Fue precisamente la huelga general de 1917,
convocada por la UGT,
la CNT (de
reciente creación) y el PSOE, lo que llevó a Llopis a ingresar en el sindicato
y en el partido, aunque ya conocía a Largo Caballero, que venía de ser concejal
y diputado provincial en Madrid. La huelga, a juicio de la historiografía, fue
un fracaso, con más de un centenar de muertos y muchos más heridos, sin
conseguir los objetivos políticos que se propuso (nada menos que acabar con el
régimen de la
Restauración) y además fue precedida de una huelga de
ferroviarios en Valencia que, al parecer, estuvo orientada por la patronal, de
lo que no fue consciente uno de sus responsables, Daniel Anguiano. Pero esa
huelga, que fue la respuesta del obrerismo organizado a la crisis de
subsistencias consecuencia de la primera guerra mundial y de la inacción del
Gobierno, es un hito en la historia del movimiento obrero español, más allá de
la crítica que merezca a cada uno por sus resultados (debe considerarse que el
Gobierno utilizó al ejército para reprimirla).
Subsecretario de Presidencia con Largo en el
gobierno que formó este último ya iniciada la guerra civil, llevó a cabo una
meritoria labor de organización administrativa, y colaboró en la incorporación
de comunistas a dicho gobierno, lo que contribuyó a dar una cierta disciplina
al ejército republicano. Pero el mayor mérito de Llopis, si comparamos su
trabajo con las circunstancias en que tuvo que realizarlo, fue la organización
del Partido Socialista en el exterior desde su exilio francés, al tiempo que
fue Presidente del Gobierno en el exilio hasta 1947, cuando fue sustituido por
Álvaro de Albornoz; fue Secretario del PSOE, sustituyendo a Ramón Lamoneda,
desde 1944 hasta 1972, año este en el que surgió la división en el PSOE, pero
un año antes había dejado la
Presidencia de la
UGT, habiendo sustituido en 1956 a Trifón Gómez, por lo
que puede decirse que de él dependió, en buena medida, que la llama del
socialismo organizado y del sindicalismo ugetista, pudiese pasar –no sin
problemas- a las nuevas generaciones en los años setenta del pasado siglo.
En el Congreso socialista celebrado en Suresnes
en 1974 no aceptó la propuesta que se le hizo para que presidiese el partido,
pretendiendo seguir siendo secretario general, pero los socialistas del
interior, junto con otros del exilio, consideraron que los tiempos eran otros y
debía darse una renovación en los cuadros dirigentes y en los objetivos. El
apoyo de la Internacional
Socialista a los seguidores de Nicolás Redondo y Felipe
González fue determinante y Llopis apareció, desde entonces, como un terco
dirigente que no se quiso adaptar a los nuevos tiempos.
Pero si tenemos en cuenta el aspecto humano del
problema ¿podremos comprender que a un hombre que había cogido el testigo de
Largo Caballero (¡casi nada!), participado en una guerra, defendido y mantenido
el socialismo español en el exilio, convirtiéndose en un valladar contra
dificultades de todo tipo, le costaba comprender –e incluso desconfiaba- las
intenciones de los renovadores? Habría que ponerse en la piel de Llopis, que
vio recuperarse a la UGT
y al PSOE después de sus respectivas crisis de militancia entre 1914 y 1916,
que participó en los momentos de mayor influencia de aquellas organizaciones en
la sociedad y en la política españolas, para saber lo que cada uno haría en
esas circunstancias. ¿Quiénes eran esos que venían pretendiendo arriesgar lo
conseguido –con el exilio de por medio- llevando las direcciones al interior de
España con Franco vivo y toda su policía y ejército en pie de guerra? No
olvidemos que aún fueron ejecutados algunos, meses antes de la muerte del
dictador; Llopis no confiaba en salvaguardar lo que con tanto tesón había
mantenido a duras penas.
El hecho de que tuviese seguidores que le
alentaron a mantener sus posiciones en esos años centrales de la década de los
setenta, contribuyó también a la terquedad llopista. Vivió hasta 1983, lo
suficiente para ver como el Partido Socialista conseguía llegar al gobierno
después de tantos esfuerzos y sufrimientos (de los que él participó) con una
mayoría absoluta que jamás se hubiese imaginado. ¿Qué razones podemos aducir
para suponer que Llopis no se alegró de ello? Ninguna: además de un hombre
antiguo para la altura del siglo XX a la que llegó, además de ser terco e
incapaz de comprender la nueva situación, tuvo la enorme humanidad de mantener
durante décadas el testigo de unas ideas, de unas organizaciones, que está por
ver si son merecedoras, estas últimas, de tanto esfuerzo y sacrificio.
L. de Guereñu Polán.
viernes, 24 de noviembre de 2017
Manuel Azaña según Santos Juliá
Azaña joven |
Para Santos Juliá –y no será el único- releer a
Azaña es un placer, pues “decía el castellano maravillosamente”, como nadie, al
tiempo que nadie ha tenido tanta contención en sus discursos, y así es más
fácil entender la conmoción que experimentó Amadeu Hurtado[1]
cuando Azaña cerró su intervención parlamentaria sobre el estatuto de Cataluña:
“saludar jubilosos a todas las auroras que quieren desplegar los párpados sobre
el suelo español”; también María Zambrano se emocionó recordando a Azaña
cuando, en Valencia, avanzada la guerra, este había dicho: “Vendrá la paz y
espero que la alegría os colme a todos vosotros. A mi no”.
Azaña –dice Santos Juliá- creó una política a
partir de saberes, de lecturas y de voluntad, lo habló todo y en él se resume
el ideal reformador de la tradición liberal española (liberal aquí no en el
sentido económico, sino en el amor por la libertad para que todos pudiesen
disfrutar de ella y conseguir sus legítimos objetivos). Nuestro hombre se
empeñó en el envío incesante de mensajes al Comité de Londres y a la Sociedad de Naciones para
que se comprendiese que la guerra de España tenía un componente internacional
que arrastraría a toda Europa; pero al mismo tiempo en Azaña se han visto sus
advertencias de que no se trata de exterminar al enemigo, sino de conseguir
vivir juntos aunque con intereses distintos, incluso antagónicos.
Por eso se dice que en muchas ocasiones invocó
la paz, y todo ello se le pagó siendo el que más saña sufrió tanto durante su
ejercicio político como por parte de los vencedores en la guerra durante
décadas. Hasta después de su muerte siguió un proceso abierto y se multó a sus
descendientes con cien millones de pesetas impuestas por el Tribunal de
Responsabilidades Políticas.
Cuando joven militó en el Partido Reformista de
Melquíades Álvarez y compaginó esto con su paso por la Academia de
Jurisprudencia y el Ateneo de Madrid, pero en torno a 1923 sintió la
frustración de ver que aquel partido no era lo que él ambicionaba para España.
De él se ha dicho que, en esa época, había sido un “señorito benaventino”, pero
Santos Juliá desecha esta idea recordando al doctorando a partir de las clases de
Giner de los Ríos, y se empapa de autores franceses en un momento en que
observa que ha aparecido la masa como sujeto de la historia.
Pero su labor intelectual había comenzado mucho
antes, pues en 1903 comenzó su primera y fallida obra “La aventura de Jerónimo
Garcés”, en la que se trasluce la herida profunda de la muerte de su madre.
Luego vendrían “El jardín de los frailes” y “La velada de Benicarló”. Solicitó
y consiguió una pensión de la
Junta para Ampliación de Estudios yéndose a París para pasar
unos meses y frecuentar la biblioteca de Sainte
Geneviève, enviando artículos a España. Pero en política él mismo se tildó
de “reformista indolente”, lo que Santos Juliá desmiente, pues nos ha dejado
mucho sobre el problema de España, los orígenes de su decadencia, los caminos
para su retorno a la corriente general de la civilización europea. Así, se
remontó al Siglo de Oro y llegó a la conclusión de que la nación es una
“invención” moderna y que las raíces de la modernidad española no había que
buscarlas en aquel “siglo”, sino en la España de Alfonso XI (será porque consideró la
importancia del “Ordenamiento de Alcalá” -1348- verdadero compendio legislativo
para la Corona
de Castilla). En esto no se diferencia de sus predecesores de la generación del
98, que hicieron hincapié en el papel hegemónico de Castilla en la construcción
de España.
Propugnó alejarse del “nacionalismo de tizona y
herreruelo”; consideró que la
España de los Austria fue una distorsión de la historia, y
que la revuelta comunera fue la primera revolución moderna, en lo que coincide
Tierno Galván.
Azaña, según Santos Juliá, fue un francófilo
jacobino que simpatizó con los aliadófilos durante la primera gran guerra, pero
no participó del centralismo de los revolucionarios franceses: rechazó el
modelo jacobino cuando se discutió el Estatuto de Autonomía de Cataluña, el
primero. Nuestro autor, por otra parte, fue capaz de abarcar una enorme
variedad de temas objeto de sus inquietudes intelectuales y políticas, por lo
que nada que ver con el “gris y rencoroso funcionario” que algunos le han
atribuido desde posiciones cercanas al odio o al desprecio.
Los opositores que han acusado a Azaña de
“golpista y revolucionario” no han podido aportar ni una sola prueba de lo
primero, y dan a lo segundo un significado peyorativo que no tiene
objetivamente hablando. Fue Azaña revolucionario en la medida en que pretendió
revolucionar instituciones como el ejército atrasado y adoctrinado de España,
que pretendió descentralizar el poder, que pretendió ahondar la democracia
hasta niveles desconocidos en España entonces.
En
cuanto a sus relaciones con el Presidente Negrín, desde que este dirigió el
esfuerzo de guerra contra los militares golpistas y sus seguidores, cada uno
tuvo su personalidad, más realista la de Azaña, más idealizada la de Negrín,
que no obstante quiso buscar la paz de forma honrosa sin conseguirlo. Cuando se
recorren los discursos y diarios, además de las entrevistas con embajadores y
periodistas, vemos a Azaña –dice Santos Juliá- que no fue “prisionero de
Negrín”, pero sí hombre que, conocedor de la situación de la República durante la
guerra, quiso ahorrar sufrimiento a su pueblo y pronunció postreramente
aquellas palabras que le sitúan entre los justos: “Pero es obligación
moral, sobre todo de los que padecen la guerra, cuando se acabe como nosotros queremos que se acabe, [el subrayado
es mío] sacar de la lección y de la musa del escarmiento el mayor bien posible,
y cuando la antorcha pase a otras manos, a otros hombres, a otras generaciones,
que les hierva la sangre iracunda y otra vez el genio español vuelva a
enfurecerse con la intolerancia y con el odio y con el apetito de destrucción,
que piensen en los muertos y que escuchen su lección: la de esos hombres que
han caído magníficamente por una ideal grandioso y que ahora, abrigados en la
tierra materna, ya no tienen odio, ya no tienen rencor, y nos envían, con los
destellos de su luz, tranquila y remota como la de una estrella, el mensaje de
la patria eterna que dice a todos sus hijos: paz, piedad, perdón”.
[1] Político de formación jurídica autor de un
discurso en 1933 cuyo título es “La intervención del estado en nuestro régimen
de autonomía”.
L. de Guereñu Polán.
martes, 21 de noviembre de 2017
Psicología de un Govern
"Concierto en el huevo" de El Bosco |
Los miembros de
un colectivo tienen una psicología individual, como es lógico, pero también
pueden proyectar una psicología que es común a todos ellos, aunque con matices.
En el caso de los que hasta hace unas semanas eran miembros del Govern de
Cataluña, su presidente parece tener la personalidad de un hombre débil e
inconsciente, que puede dudar permanentemente lo que debe hacer y termina
decidiendo lo peor, en una especie de huida hacia adelante. Se propuso convocar
elecciones si se daban ciertas condiciones que nadie le podía garantizar y
entonces decició culminar la serie de violaciones de la ley que había iniciado.
Se propuso declarar la independencia con el país atento a las pantallas de
televisión y se desdijo a los pocos segundos. Convocó a los diputados afines en
una sala aneja para firmar una declaración de independencia pero luego no
reconoció que lo había hecho. Un cúmulo de despropósitos de los que Cataluña
entera, cuando se piense reposadamente en ello, se avergonzará.
Ese President
parece que no era un “primus inter pares”, sino más bien un hombre de
circunstancias en su ciudad, hasta el punto de que no había sospechado ser
alcalde y mucho menos máximo responsable (irresponsable) de la Generalitat, una
institución secular a cuyo frente casi siempre ha habido jerifaltes de la nueva
nobleza, la que consigue ese estatus mediante el dinero, y en el siglo XX los
que han resultado elegidos democráticamente. El Presidente huido no tiene
relevancia alguna como se ha demostrado en su partido (le nombró a dedo el
señor Mas, complicado en casos de corrupción mediante su partido, cambiado de
nombre para disimular), como se ha demostrado durante su mandato, de una
pobreza legislativa y ejecutiva inéditas, y demostrado por el nulo apoyo
cosechado en Europa, como no sea algún que otro diputado neofascista.
Otra cosa es el
señor Junqueras, que creo sabía sobradamente que el “procés” no tenía salida,
pero no podía decirlo porque en su partido existe un grupo de presión muy
cercano al talibanismo, es decir, al integrismo independentista sin razón ni
reflexión alguna, como una cuestión religiosa. El mismo Junqueras lo ha
defendido así con lágrimas en los ojos ante un micrófono, pero advertido por
quienes más saben, supo muy pronto que una cosa era el romanticismo y otra la
realidad. De ahí su silencio en el Parlament y en todo el proceso (se reunió un
par de veces con la gris vicepresidenta del Gobierno en torno a una mesa
secundaria de un despacho). En el escaño parecía dormirse, sentir que aquello
no iba con él, transido de una meditación espiritual muy acorde con su
confesado catolicismo antiguo. Por lo que respecta a su gestión económica fue
tan pobre, que a la vista está el comportamiento de los miembros más conspícuos
del capitalismo catalán.
Otros se
apartaron del asunto porque vieron peligrar sus patrimonios, que son acrecidos
porque pertenecen a familias pudientes, porque viven en uno de los países más
ricos de Europa (Cataluña) y porque el Govern, como otros, se ha guardado de
recompensar a sus miembros pingüemente (recuérdese, por poner solo un ejemplo,
el caso de doña Neus Munté). Estos son los prácticos: están con el
independentismo pero solo si sus patrimonios quedan asegurados, nunca de
cualquier otra forma.
También está el
que quiere aparentar respeto a la legalidad para pescar en río revuelto (Villa)
cuando ya había firmado aquel documento en el que se declaraba a Cataluña
independiente varias veces, sabiendo que dicho documento no valía para nada que
no fuese querer engañar marcando un hito, fuera del salón del Parlament, en
acto ridículo donde cada uno se retrataba partidario de la independencia si
quería seguir en el puesto. Luego, ante el juez, “yo advertí que no era legal,
que no era posible, que la solución era yo”, dijo el señor Villa vergonzantemente.
¿Y el comunista
que está dispuesto a renunciar a serlo con tal de sumarse a la quimera, a lo
que se supone es la marcha de los tiempos? Hace falta ser el señor Romeva, hace
falta ser falso para vender el alma a un “procés” ilegal, minoritario, que se
quiere imponer con nocturnidad, con mentiras. ¿Y el Consejero de Interior que
utiliza a las fuerzas del orden para sembrar el desorden, cuando como los
demás, había jurado o prometido acatamiento y lealtad al Estatuto y a la
Constitución, incluido el artículo 155? Hace falta ser falaz. Hay uno que
siendo Consejero de Empresas y Conocimiento se le van las empresas del país sin
él conocerlo…
El Consejero de
Cultura ingnoró que el mundo de la cutura, los cineastas, los cantautores, los
escritores, los actores, los poetas, estaban en su contra y contra el “procés”
con alguna excepción que prefiere comer aparte para comer mejor (la frase no
es mía). Doña Clara Ponsatí, Consejera de Educación, se empeñó en mantener la
aberración de que los alumnos de educación primaria y secundaria tuviesen solo
dos clases de lengua castellana a la semana, con el fin de primar a la catalana
con cuatro. Hace falta ser poco educada, poco ecuánime, hace falta participar
de un sectarismo tan pernicioso para querer combatir la razón con la sinrazón.
Algunos son de
derechas, otros de izquierda, unos republicanos confesos desde siempre, otros
monárquicos hasta hace tres días, pero traicionan a la monarquía a la que
elogiaron y defendieron (incluso sus abuelos en el más acrisolado carlismo) con
tal de sumarse a un “procés” que les llevaría a la gloria –decían- y les ha
sumido en desdecirse ante los jueces. No conozco ningún caso reciente más claro
de incoherencia.
L. de Guereñu Polán.
domingo, 19 de noviembre de 2017
La mujer también emigra
"Mujeres", de Luis Seoane, 1946 |
Camagüey está casi en el centro de Cuba, donde la explotación de la caña
de azúcar ha dado a la provincia su riqueza principal, en medio de un
relieve llano y entre las costas norte y sur de la isla. En la ciudad se
comercializaban los productos agrarios, y junto con Oriente y las
Villas, conformó la más importante producción azucarera a donde fueron,
entre finales del siglo XIX y principios del XX, casi cuatro de cada
diez españoles que emigraban a América.
Ciertos estudios han demostrado (1) que, teniendo en cuenta la
procedencia de los "colonos" de la contrata de Goicouría (1845-1846) de
un total de 1.208 emigrantes, el 22,7% eran mujeres, pero si tenemos en
cuenta la procedencia de algunas regiones en particular, ese porcentaje
aumenta, en el caso de Valencia, a 35,7% y en el caso de montañeses
(Cantabria) a 28,9%. En cuanto a Galicia, el mismo estudio revela que,
entre 1915 y 1925, los porcentajes más altos de emigrantes estaban en
las edades de 15 a 24, seguiéndole de 25 a 29, aunque en este caso no se
hace distinción entre hombres y mujeres.
Aunque las mujeres tenían restringida la emigración por la Junta del
Reino de Galicia en las cuadrillas de segadores que iban a Castilla, en
varias ocasiones se saltaron tal prohibición. Las autoras a quienes sigo
indican que durante muchos años una tercera parte del éxodo rural a
Castilla correspondió a mujeres, tanto para la siega como para faenas
vinícolas. Por otra parte, la ausencia del esposo convirtió a algunas
mujeres en actoras ante los poderes públicos, antes de que la ley lo
estableciese.
En todo caso, entre finales del siglo XIX y las primeras décadas del XX,
el porcentaje de mujeres emigrantes a América aumentó, mientras que el
de hombres disminuyó, lo que no quiere decir que disminuyese la cantidad
total de estos últimos. Si en en el período 1882-1889 el porcentaje de
emigrantes salidos por puertos gallegos que llegaron a Buenos aires se
distribuyó con algo más del 70% de varones y algo menos del 30% de
mujeres, en el período 1912-1926, el procentaje de los primeros bajaba
de 60 y el de las segundas subía de 40, y esta tendencia se manifestó a
lo largo de los años intermedios a los señalados.
La mayor parte de las mujeres emigrantes (salidas de puertos gallegos
hacia Buenos Aires) en el período 1882-1926 eran solteras (más del 60%),
mientras que las casadas nunca pasaron del 40%; porcentajes muy bajos
eran viudas, probablemente porque habían enviudado a edad avanzada o
porque por ellas mismas y con la ayuda de algún hijo no les fue
necesario emigrar. Es decir, la imagen estereotipada de que el hombre
emigró y la mujer se quedó en casa cuidando de la pequeña propiedad
familiar (agraria) para trabajarla, pierde peso a medida que nos
acercanos a finales del siglo XIX y nos adentramos en el XX.
---------------------
(1) "Mulleres e emigración na historia contemporánea de Galicia, 1880-1930", María Xoxé Rodríguez Galdo, María Pilar Freire Esparís y Ánxeles Prada Castro, 1998.
L. de Guereñu Polán.
L. de Guereñu Polán.
viernes, 17 de noviembre de 2017
A un siglo de la revolución soviética
Revolución soviética es la denominación más
adecuada (a mi parecer) para referirnos a los acontecimientos vividos en el
Imperio Ruso durante los años 1917 y siguientes, pues fueron los soviets los
verdaderos protagonistas de la organización de obreros, campesinos,
estudiantes, intelectuales y soldados contra la autocracia zarista, contra la
brutal policía y contra las condiciones de miseria que sufría la mayor parte de
la población. Lenin estaba en Zurich cuando los acontecimientos se iniciaron en
Rusia, y con tal despiste que se sorprendió cuando fue avisado de ellos.
Incluso cuando se produjo la revolución de 1905, el movimiento socialdemócrata
ruso no estuvo preparado para ser vanguardia de los acontecimientos.
El Imperio Ruso, a finales del siglo XIX, estaba
en plena expansión industrial, con la explotación minera a pleno rendimiento,
con el desarrollo de la red ferroviaria, con industrias que se habían
alimentado de capital alemán y francés fundamentalmente, pues la clase
adinerada rusa era una finísima lámina en el conjunto de la sociedad y la
nobleza vivía amancebada con el alto clero y con la burocracia zarista. El
ejército, por su parte, se relamía de las antiguas victorias
contra Napoleón y contra el Imperio turco, verdadero “otro yo” del zarismo.
Había una tradición revolucionaria en el
Imperio Ruso, por lo menos desde el decembrismo de 1825, revuelta
importantísima de una parte del ejército al que se sumaron intelectuales hartos
de un zarismo que se sucedía a sí mismo caprichosamente. Dicho movimiento fue
un hito en la historia rusa del siglo XIX y en el futuro no dejaron de hacerse
continuas apelaciones a la oficialidad más joven para que no consintiese
derivas autoritarias del régimen. La ya citada revolución de 1905 fue una
respuesta de los intelectuales, de las clases medias urbanas y de los obreros y
mujeres contra una situación insostenible de falta de libertad, de explotación
inmisericorde y de alejamiento del Imperio respecto del liberalismo europeo.
Fracasó porque no se dieron las condiciones objetivas para que triunfase, y
también porque no se cuestionó al zarismo; solo se exigió que su titular
actuase paternalmente a favor de los obreros explotados y aceptase un Parlamento en el que se depositase el poder legislativo: no fue así y la
experiencia fracasó porque la mayor parte de la nobleza, el clero, la masa
campesina –la mayor parte de la población- el ejército, impidieron el triunfo.
Pero desde entonces nada fue igual y la policía
se tuvo que emplear a fondo para combatir a una prensa cada vez más
contestataria, un movimiento soviético cada vez mejor organizado, las diversas
familias socialistas en plena campaña propagandística, el nihilismo y el
populismo extendiéndose por las ciudades, sobre todo en la parte occidental del
Imperio y unos intelectuales que tenían en Tólstoi (muerto en 1911) un
referente de honestidad y clarividencia.
La participación del Imperio Ruso en la guerra
de 1914 prefiguró las condiciones para que la revolución de 1917 triunfase
contra el zarismo, aunque no triunfó para la inmensa mayoría de la población.
Un ejército que se había hecho antiguo ante el avance del británico, alemán,
estadounidense o japonés (este había vencido al Imperio Ruso entre 1904 y
1905), hizo comprender a muchos que la participación en una guerra que tuvo su
origen en los Balcanes, en Marruecos y en las ambiciones imperialistas de las
potencias occidentales, era un error que llevaba a la muerte a esposos e hijos
de campesinas y trabajadores. Los bolcheviques, rama del movimiento socialista
de profundas convicciones revolucionarias (pero como se verá no democráticas)
hicieron gala de su consigna favorita: no a la guerra, es algo que interesa
solo a los imperialistas. Y esto hizo mella en amplias capas de la población
rusa.
De forma que fue una parte importante del
ejército zarista, que sufría las consecuencias de la movilización y de las
penurias, el factor determinante para el derrocamiento del zarismo: ni los
soviets organizados disciplinadamente, sin los campesinos adoctrinados por el
anarquismo y por los Socialistas Revolucionarios, ni los intelectuales ni las
clases medias, por sí mismas, hubieran conseguido lo que sí consiguió un
ejército que se alzó contra el zar y contra la guerra. Es cierto que las
grandes movilizaciones en las ciudades y regiones industrializadas jugaron un
papel importante de concienciación, es cierto que bolcheviques, mencheviques,
populistas, burguesía liberal y otros grupos animaron extraordinariamente el
ambiente revolucionario, pero si el Imperio no estuviese en una guerra ruinosa
(de materiales y hombres) ¿habría triunfado la revolución? Hoy se sabe que muy
probablemente no. Ni la pericia cambiante de Lenin, que se incorporó tarde a
los acontecimientos, ni la honestidad de tantos socialistas de la época, ni el
esfuerzo de tantos activistas, hubiesen podido con la gran mole que
representaba una poderosa Iglesia, una leal aristocracia al zar y una economía
en manos de pocos. Sin guerra, sin defección del ejército a la autoridad del
zar, muy probablemente no hubiese triunfado revolución alguna, por muchas
manifestaciones que atestasen las calles de las principales ciudades
industriales y administrativas.
Cuando el movimiento socialista se dividió de
forma definitiva, entonces surgió claramente la capacidad organizativa de
los bolcheviques, y esto sí es mérito de Lenin y sus colaboradores. Pero esa
capacidad organizativa, que se puso de manifiesto en la guerra civil que siguió
a la revolución, contó también con un ejército formado por la decisiva actuación
de Trostky y sus colaboradores, no pocos antiguos fieles al zarismo que ahora
se acomodan a lo que se adivinaban nuevos tiempos. Es simplista, y por lo tanto
falso, que solo existieran dos ejércitos que se enfrentaron en la guerra civil,
el rojo y el blanco. También los anarquistas, sobre todo en Ucrania, formaron
un ejército que perseguía objetivos distintos a los de los bolcheviques
(negro) y los campesinos en varias regiones formaron ejércitos que pretendían
salvaguardar las apropiaciones de tierras que se habían arrebatado a la nobleza
(verde). La guerra civil fue un caos, como toda guerra, donde al ejército
zarista (sin zar) se sumaron muchos oficiales, mencheviques, jóvenes de clase
media que no podían soportar los métodos de los bolcheviques, en definitiva una
minoría que se había hecho, eso sí, con el control de muchos de los soviets.
Luego vinieron las checas practicadas sin piedad
por los bolcheviques, la quiebra de la democracia soviética (al fin y al cabo
las decisiones las tomaban los que formaban parte de los soviets en un régimen
de libertad y exaltación inusitados). Aquellos gobiernos provisionales, uno de
los cuales había sido dirigido por el menchevique Kerenski, querían establecer
en el Imperio un régimen con división de poderes, con elecciones, una
democracia representativa que no podemos decir en que se sustanciaría. Pero el
modelo bolchevique fue otro: el del crimen sin número, la represión, los
atentados, la arbitrariedad jurídica, la dictadura impía que daría lugar a las
grandes purgas de los años treinta. Ya con Lenin la revolución había fracasado
históricamente, porque no fue igualitaria, no estableció la libertad, no
repartió la riqueza equitativamente y se engañó una y otra vez a la mayoría de
la población, los campesinos. Fueron estos los que se hicieron con las tierras
que ocuparon, no la burocracia bolchevique, que no hizo sino venir a consagrar
lo que ya estaba hecho… para luego colectivizar la propiedad
territorial contra el interés del campesinado y de toda economía racional.
Los bolcheviques no respetaron los derechos de
las nacionalidades del Imperio, ni siquiera las de mayoría musulmana. Excepción
fue Finlandia, compromiso personal de Lenin, pero arrebatándole parte de
Carelia. En el poder una banda de asesinos en serie, lo cierto es que, desde 1928, el
Imperio se convirtió en una gran potencia industrial capaz de ganar una guerra
al fascismo, pero con un infinito coste humano y medioambiental. Mientras que la Revolución Francesa
está vigente, porque muchos de sus logros están hoy en vigor o son un ideal
para una parte del mundo, la revolución soviética está muerta, fracasó
históricamente, y muy pocos la reclaman como modelo; se estableció un régimen
feroz en el que cayeron como adeptos, por desgracia, muchos partidos comunistas
del mundo durante demasiado tiempo.
L. de Guereñu Polán.
domingo, 12 de noviembre de 2017
Unha mala administración educativa
Hai un xiro evidente coa aprobación
da “Lei de Calidade da Educación”, recentemente en vigor, e as leis educativas
anteriores, particularmente a LOMCE e a LOE (Lei Orgánica de Educación esta
última). A principal variación consiste en considerar como prioritaria a
atención á diversidade ou a excelencia. Nunha sociedade plural, na que todos os
nenos e adolescentes ata os 16 anos deben estar escolarizados, pretender a
excelencia é unha forma de discriminación institucionalizada, pois non todos
parten das mesmas condicións para acadala: situación familiar, capacidades
intelectuais, problemas engadidos, situacións persoais dos alumnos (problemas
de atención, síndromes coma o de Asperger…). En todos os países que teñen
recoñecida a educación universal, sen distinción para todos os nenos e
adolescentes, a atención á diversidade é unha premisa inexclusable.
O concepto de “calidade” da
educación queda baleiro, pois, se, por exemplo, a ratio alumnos profesor vai en
aumento nos últimos anos: ata mediados dos anos noventa pasados chegáramos a
unha ratio de 25 alumnos por aula nuns casos e 18 noutros (agás nas disciplinas
optativas, cuxo número de alumnos podía ser inferior a dez). Hoxe, sobre todo
nos cursos inferiores da educación secundaria, o número de alumnos elévase a 30
por aula ou máis. Isto é un inconveniente insalvable por varias razóns: os
alumnos empezan unha nova etapa da súa formación con sensibles diferenzas
respecto á educación primaria; máis autonomía, menos control, novas
expectativas… pero ós Institutos chegan alumnos de moi diversas procedencias: nenos
e adolescentes xitanos, fillos de médicos ou profesionais, fillos de familias
desestructuradas, alumnos con problemas específicos… Eses alumnos –precisamente
por tratarse dos cursos inferiores- necesitan atencións que nunha aula tan
saturada non se poden dar. Os profesores, nos primeiros meses, adoutan facer avaliacións
iniciasis onde se aprecian as carencias, preparación ou dificultades duns e
outros. Cando se detectan os casos que máis atención necesitan, como facelo e o
mesmo tempo atender a marcha do curso dos restantes alumnos? Tal “calidade”,
polo tanto, non é maís cunha palabra retórica que non ten reflexo na realidade,
mesmo tendo os profesores –cando é así- o máximo interés e preparación para atender
estas necesidades. Volveri sobre este asunto da calidade na educación en
sucesivos párrafos.
Unha educación como a que se
pretende en Galicia e no resto de España, onde os alumnos deben formarse
cívicamente, adquirir destrezas tecnolóxicas, de traballo intelectual,
sensibilizarse en cuestións coma o medio ambiente, o sexismo, a guerra e a paz,
etc., debe contar cuns RECURSOS que os administradores públicos non
subministran (tanto en España como en Galicia en particular) pois é evidente
que unha educación universal é CARA, pero é unha inversión para que o país
mellore no futuro. Estes recursos escasos están relacionados coa merma de
profesores que se ten sufrido nos últimos anos: xubilados que ven amortizadas a
súas prazas, profesores enfermos que non son substituídos por outros se non se
trata de baixas superiores a quince días, o aumento da ratio alumnos/profesor
da que xa temos falado. Pero hai Institutos que non contan cun ximnasio
axeitado, que non están dotados cos medios tecnolóxicos que as necesidades
actuais esixen: ordenadores (en moitos casos están obsoletos), proxectores de
opacos, pantallas dixitais… se queremos que os alumnos se formen nas novas
técnicas de información e comunicación. A falta destas destrezas leva a que os
alumnos conciban os ordenadores e tabletas como instrumentos de xogo ou
adocenamento, máis que para a súa formación.
En relación coa atención á
diversidade –cuxa premisa é básica desde unha perspectiva social- a
administración educativa en Galicia está eliminando a marchas forzadas os
profesores de pedagoxía terapéutica, aqueles que máis formación teñen e que se
ocupan dos alumnos con problemas específicos (xa citamos os que sufren
situacións familares, intelectuais, complexos, síndromes, autismo, atención,
etc.). Estes profesionais, que se consideraban na LOMCE coma un instrumento
fundamental, están hoxe reducidos a un por Instituto (pódense citar varios
casos como exemplos). Estes profesores –pero non só- adoutan facer adaptacións
curriculares para facilitar a aprendizaje por parte deses alumnos, considerando
cales son os obxectivos mínimos que permitan unha formación que os afaste do
analfabestismo funcional: aprender a facer unha instancia, corrixir as faltas
de ortografía, lectura de mapas e gráficos, redacións odenadas, destrezas nas
disciplinas instrumentais (matemáticas e linguas), e o máis importante,
detectar cales son os gustos, as propensións destes alumnos con vistas a súa
integración no mercado laboral logo dos 16 anos. É evidente que un só profesor
por centro non é dabondo para tan complexa tarefa. Parecería que a
administración educativa de Galicia concibe o ensino como un trámite: os
centros funcionan, ben ou mal, pero funcionan, sobre todo polo voluntarismo do
profesorado e pola destreza dos alumnos máis aventaxados.
Nos últimos anos se reciben nos
centros inmigrantes das máis diversas orixes: Europa do leste, Magreb,
Iberoamérica, que necesitan atencións para as que os centros non dispoñen de
recursos (a falta de profesorado e a paulatina desaparición dos profesores de
pedagoxía terapéutica entre outros). É necesario facer unha avaliación do tipo
de educación existente nos países de orixe, as potencialidades que poden ser
aproveitadas nestes alumnos: como atender a isto con mermas contínuas de
profesores?
A atención individualizada é outro
dos principios que as leis educativas máis avanzadas recollen: alumnos para os
que o profesor debe ter preparados exercicios específicos, atendelos de forma
individual, seguir un ritmo distinto que coa maioría dos alumnos…. Isto non é
posible se o número de profesores é cada mez menor nos centros. É certo que
existen os agrupamentos de alumnos con máis necesidades, pero isto é
insuficiente na complexidadade da educación actual.
Os horarios –e isto é tamén
responsabilidade dos centros- non son en moitas ocasións pedagóxicos; quero
dicir, as disciplinas non teñen todas as mesmas cualidades e as mesmas
dificultades: a música, a tecnoloxía, a educación física, a informática… teñen
un compoñente lúdico que contribúe a “entusiasmar” ou atraer o alumno, polo que
as clases deben estar intercaladas destas disciplinas, deixando para as
primeiras horas outras cun grao maior de abstación: matemáticas, lingua,
historia, filosofía… Isto plantexa problemas de organización nos centros, pero,
non sendo posible que todos os alumnos teñan as primeiras clases das
disciplinas cun maior grao de dificultade teórica, é posible que sexan as
segundas, as terceiras… E isto está en consonancia cos horarios das clases, que
por intereses alleos o fenómeno educativo, adoutan concentrase en xornadas
matutinas, desbotando as xornadas vespertinas porque as familias desexan que os
seus fillos (isto, sobre todo, nos Institutos urbanos) fagan outras actividades
interesantes, pero que non poden poñerse por diante das regradas oficialmente.
Mesmo os horarios –sobre todo nos
Institutos que necesitan transporte escolar- se teñen feito en función dos
instereses comerciais das empresas que prestan o servizo de transporte, batalla
na que moitos profesores estivemos involucrados cun éxito só relativo. A hora
de entrada, moi cedo –en Institutos situados lonxe de núcleos de poboación- non
é un asunto menor cando se trata de nenos de 12 ou 14 anos; como non é un
problema menor que os alumnos regresen as súas casas ás 15 horas (hai exemplos
dabondo) cando os seus país terán que ausentarse e a sociabilidade familiar
queda resentida.
Para a formación do profesorado, a
Xunta de Galicia non homologa senón aqueles cursos que ela mesma organiza, os
sindicatos e algunhas organizacións meritorias, pero non todas necesarias. Máis
que os cursos demandados polos profesores, a Xunta adoita ofertar cursos para
favorecer ós responsables de impartilos, sen interés para o conxunto. Isto, que
pode considerarse unha apreciación subxectiva, é algo detectable fácilmente se
se realiza unha mera cata nos centros. O dito é aínda máis paradóxico por canto
cursos organizados e impartidos por Universidades, non son homologados pola
Xunta de Galicia.
Cos alumnos que elixen certas
disciplinas coma opotativas cométese un agravio: a Xunta estableceu unha norma
pola que o número mínimo de demandantes para que o centro poida ofertar unha
optativa debe de ser 10. É evidente que non é o mesmo un Instituto de 1.000 alumnos
que outro de 500, polo que os deste último quedan discriminados. Sería máis
lóxico e xusto que a esixencia fose unha porcentaxe sobre a matrícula,
suxestión que xa se ten feito ás autoridades educativas sen éxito.
Particularmente son moi demandadas disciplinas como Historia da Arte a Literatura
Universal, pero tamén hai outas como Ciencias da Terra ou Xeoloxía que se
quedan “sen alumnos” porque os centros están obrigados a cumplir con aquela
absurda esixecia.
Un dos aspectos máis lacerantes é o
da impartición de disciplinas por profesores que non son especialistas,
situación que se dá aínda máis frecuentemene no ensino privado. Así encontramos
a profesores de matemáticas impartindo clase de tecnoloxía ou de informática, a
profesores de física impartindo clase de matemáticas, a profesores de historia
impartindo música, de lingua impartindo historia… Que clase de calidade é esta?
Como comprometer a un profesor cunha disciplina en cuxa programación didáctica
non participou? Como se pode concebir que un profesor pertenza a dous
departamentos distintos, o propio e aquel para o que se lle considera afín?
Neste asunto non podemos dicir que o ensino público estea por riba do privado,
ademais de ser un agravio para aqueles profesores que se ven forzados a aceptar
un posto de traballo destas características.
Unha programación didáctica é o conxunto
de previsións que, para un curso académico, fan os profesores dunha disciplina
tendo en conta todo o currículo da mesma: contidos, exercicios, obxectivos,
metodoloxía, técnicas a empregar, actividades complementarias e auxiliares. Os
profesores que non están familiarizados coas programacións didácticas de
disciplinas das que non son especialistas, non poden imprimir a calidade que os
alumnos necesitan e a sociedade demanda.
Cuestión aparte é a que padecen os
centros de educación para adultos, conquista social á que non podemos
renunciar, pero que se encontra, hoxe, afastada de toda calidade e coherencia.
Establecida esta ensinanza para alumnos maiores de idade ou maiores de 16 anos
que se encontren traballando legalmente, existen dúas modalidades: presencial e
a distancia. No primeiro caso os alumnos reciben clases totalmente
insuficientes (unha por semana) en bacharelato (suficientes en educación
secundaria), aparte das titorías nas que os alumnos son atendidos en aspectos
metodolóxicos e outros que demanden. A formación é totalmente deficiente nestes
centros, existindo unha conciencia por parte do profesorado de que se trata de
alumnos –na maior parte dos casos- que necesitan o título para promocionarse
profesionalmente ou que se encontran en paro laboral. Aquí non hai ningún tipo
de coordinación por parte da Inspección educativa, observándose como, en
determinados meses do ano, unha morea de alumnos que proceden dos diversos
concellos de Galicia, acuden a exames con resultados deplorables. É coñecida a
alta taxa de paro que sufre España, e non é este o lugar onde profundizarei nas
súas causas, pero unha delas é a escasa cualificación de persoas cuxas idades
están ente os vinte e corenta anos. O ensino para adultos, en Galicia, non
cumple os obxectivos que se esperarían dun país avanzado e necesitado dunha
mocidade suficientemente cualificada. Como é sabido, o que se demanda no
mercado laboral hoxe, é cualificación, non é dabondo cun barniz enganoso.
Un dos problemas máis graves que
padece a educación en Galicia é a existencia permanente dunha bolsa de
profesores interinos que se prorroga ano tras ano porque a Xunta de Galicia non
convoca as oposicións que lles permita obter en boa lid unha praza como numerarios.
O profesor interino é un fraude á sociedade non porque el o desexe, senón
porque vese impelido a cumplir unha función acomodaticia para a administración
educativa, ademais de constituir un agravio permanente para os licenciados en
paro que aspiran a un traballo na educación.
É unha evidencia que a Formación
Profesional ten acadado unha calidade, na actualidade, que non tiña hai vinte
anos, por exemplo, pero tamén é constatable que a Xunta de Galicia adoita
conceder os ciclos formativos máis especializados e “selectos” (poderíamos
dicir) a centros privados, concertados ou non, en detrimento dos públicos:
xardinería, acuicultura, preimpesión dixital, instalacións electrotécnicas…
Nalgúns centros adoitase concentrar
os alumnos máis aventaxados nunha mesma aula (ensinanza bilingüe) para os que
se organizan viaxes a diversos países de Europa, en exclusiva, non ofertándose
os mesmos a alumnos do mesmo nivel pero que non cursan a ensinanza bilingüe. É
unha mágoa ver a estes alumnos cando son excluidos dunha actividade á que, se
non aceptamos esta discriminación, teñen dereito. É outro labor da Inspección educativa
que se bota en falta.
L. de Guereñu Polán.
lunes, 6 de noviembre de 2017
¿RESULTA IMPOSIBLE EL DEBATE DE LA REFORMA CONSTITUCIONAL EN ESPAÑA?
Seis millones y medio de personas aproximadamente, votan a grupos políticos que defienden la ruptura con el actual sistema democrático y la apertura de un nuevo proceso constituyente. Frente a ellos, 16 millones y medio votan a partidos constitucionales, mientras más de diez millones de personas se abstienen de votar. Es el resumen de las últimas elecciones, hace un año solamente. En otros términos dos tercios de los electores defienden la Constitución actual mientras la cuarta parte la rechaza. 40 puntos de diferencia entre unos y otros.
Simplificando, quienes defienden otra sociedad se pueden agrupar en dos tendencias, la estrictamente nacionalista, con millón y medio de sufragios y la coalición de Podemos con varios grupos territoriales que cuenta con cinco millones de votos, básicamente 3´2 millones de grupos de izquierda y 1´8 de grupos más o menos nacionalistas coaligados con ellos. Y todavía debemos considerar a otras facciones minoritarias como los animalistas, con casi 300.000 votos, los mismos que el PNV, por ejemplo.
Las tendencias nacionalistas plantean una modificación del Estado de tipo confederal cuando no directamente la separación mediante el subterfugio del “derecho a decidir”. Significaría Estado mínimo, sistema de cupo generalizado y tendencias centrífugas aún más acusadas. Aunque no lo plantean abiertamente, esa opción la defienden exclusivamente para Cataluña, País Vasco, Navarra, tal vez Galicia y Baleares. Va de suyo que las demás Comunidades Autónomas, en especial Andalucía, Valencia o Canarias, no aceptarán ninguna modificación que no sea generalizable. Las tendencias agrupadas alrededor de Podemos, carentes de un modelo propio, aceptan el anterior añadiéndole todas las reivindicaciones que puedan socavar el modelo actual, en una clara renuncia a formar parte de las democracias occidentales. Unos y otros sitúan los llamados “derechos de los pueblos” como eje de la nueva política, en castellano claro, las mayorías de cada territorio serían los nuevos sujetos políticos en lugar de la representación proporcional actual. Los partidos constitucionales, PP, PSOE y Ciudadanos, aspiran a mantener un régimen similar al actual, sin perjuicio de los cambios necesarios, mínimos para los populares, ambiguos para Ciudadanos y etéreos para los socialistas.
El panorama expuesto no facilita una reforma constitucional. Ni existe consenso sobre lo que se debe reformar, menos aún sobre su alcance y todavía menos sobre los objetivos a lograr. Sin duda la financiación autonómica y los límites en el ejercicio de las competencias, son los dos principales problemas. Todo lo demás es secundario o directamente inviable, como transformar el Senado en una Cámara de los gobiernos autonómicos con poder de veto sobre la legislación estatal. Para reformas menores no existe voluntad alguna.
Hay constituciones de larga vigencia, como la de Estados Unidos que han conocido 27 enmiendas puntuales, la de Francia con pocas modificaciones o la de Alemania con 52 enmiendas en siete décadas. La española como es sabido sólo ha tenido dos enmiendas puntuales. El problema no es sólo reformar un texto con la mayoría suficiente, sino lograr una adhesión popular en referéndum que no lo deje deslegitimado. No parece que el ambiente de crispación de la vida política ayude en ninguna de las dos instancias. Así que seguiremos hablando de la reforma constitucional durante mucho tiempo sin que a los ciudadanos les preocupe grandemente. Un debate típico de la clase política, con palabras grandilocuentes y poco riesgo electoral.
José luís Mendez Romeu
domingo, 5 de noviembre de 2017
Razonar
Tengo para mí que los hasta hace
poco miembros del Gobierno catalán querían ser encarcelados (y sabían que
ocurriría) para de esa forma rematar su desafío a la ley y al Estado, y de paso
intentar rentabilizar electoralmente este hecho de acuerdo con la lógica
victimista ya grabada en muchas conciencias catalanas; lo de la huída a
Bruselas es ya otra cosa, una salida personal de unos pocos al margen del
resto. Tengo par mí también que eso del diálogo que tanto se ha repetido no
sirve para nada si no va acompañado de la exigencia de razonar; solo con el
sentimiento no vale, porque unos tendrán un sentimiento y otros no. En cambio,
si hay que razonar, la cosa ya cambia: el que no razone pierde toda
legitimidad.
¿Puede alguien decir que es lícito
saltarse la ley? ¿Puede alguien decir que no aceptó el artículo 155 de la
Constitución cuando juró o prometió dicha Constitución? Los españoles lo
hicimos en 1978. Nadie puede decir “yo acepto la Constitución pero no este o
aquel artículo…”. ¿Puede alguien defender que quien no esté facultado para
convocar un referéndum lo pueda hacer? Porque si no se está de acuerdo en la
respuesta que sea razonable a estas cuestiones no vale la pena seguir
“dialogando” (es sabido que hay diálogos de sordos).
Lo grave en el asunto catalán es
que no se quiere razonar al menos por una parte: se alude a que el Gobierno
español no fue sensible a los deseos de una parte importante de los catalanes
(lo cual es verdad), se alude a que si el único que puede convocar un
referéndum no lo hace lo harán otros y se alude a que el sentimiento independentista
es sagrado y por muchas razones que se intenten oponer a esto no se les hacen
caso. Una pretendida mayoría independentista en Cataluña, por otra parte, no
está constrastada; muy al contrario, en las últimas elecciones con garantías y
legales la mayoría de los catalanes que votaron lo hicieron a partidos no
independentistas.
Otra negación de la razón es que en
España no hay división de poderes, y que fiscales y jueces están al servicio
del Gobierno, lo que no tiene sentido porque los propios independentistas
recurren a los tribunales españoles cuando ven lesionados sus derechos. Si el
Tribunal Constitucional no hubiese aceptado los alegatos del Partido Popular
contra el Estatuto de Cataluña ¿no se habría producido el incendio independentista?
Creo que aquello fue una excusa y la hoja de ruta ya estaba trazada por el
irresponsable señor Mas. Si el Gobierno hubiese aceptado las propuestas
financieras del señor Mas ¿no habría habido incendio? Creo que nada tiene que
ver una cosa y la otra, la hoja de ruta ya estaba trazada… entre otras cosas
porque se pretendía salvar de la justicia española a no pocos miembros de
Convergència y, en primer lugar, al muy desvergonzado señor Pujol y familia.
El señor Tardá, diputado en Cortes
y miembro de Esquerra, dijo desde la tribuna del Congreso que el Parlamento de
Cataluña había “forzado” el reglamento para sacar adelante ciertas iniciativas
que, por otra parte, han resultado ilegales al ser anuladas por el Tribunal
Constitucional. Pues bien, aquel reconocimiento ya es algo, ya es razonar, por
ahí se podría empezar.
Mentir es todo lo contrario a
razonar: decir que una Cataluña independiente permanecería en la Unión Europea,
que no habría fuga de empresas, que el nuevo estado sería reconocido
internacionalmente, que se dan las condiciones para una acción revolucionaria…
todo ello son mentiras que van bien para encender o mantener vivos los
sentimientos, pero a medio plazo se revela negativo. Recuerdo a una diputada nacionalista,
estos días, en medio de sollozos, decir “tornarem, vencerem…” revela que, o se
ignoraba lo que es un estado o se tiene la razón tan atrofiada que se esperaba
facilidad para el proceso independentista. Todo lo contrario de razonar.
Desde el 21 de diciembre próximo
será muy difícil gobernar Cataluña sea cual sea el resultado, pero dos
cosas deben quedar claras a unos y a otros (en mi opinión): que el acatamiento
de la ley obliga a todos y que la reforma constitucional necesaria ha de hacerse
con la máxima finura, con la máxima generosidad por todas las partes; no
valdrán en esto las palabras gruesas y los maximalismos. Veremos si de una vez
todos estamos a la altura y razonamos (más que lloriquear o dar voces sin
sentido), veremos si la derecha anticatalanista acepta que existe una
importante masa de población en Cataluña que desea la independencia para esa
comunidad, y veremos si esa masa independentista y sus dirigentes se comportan
civilizadamente, sin incendios, para seguir luchando, dentro de la ley, por
aquello en lo que creen, pero con razones…
L. de Guereñu Polán.
miércoles, 1 de noviembre de 2017
Los montes de Galicia
La Ley 7/2012 es la que regula, en
Galicia, todo lo relacionado con la función social de los montes, las
competencias de los diversos órganos, la existencia de un Consejo Forestal, la
consideración de los diversos tipos de montes (públicos, de dominio público,
patrimoniales, privados, vecinales en mano común y protectores). La Ley también establece medidas
de restauración de los montes, tanto con carácter general como la restauración
hidrológico-forestal y establece un Plan forestal para Galicia que habría de
servir para el aprovechamiento de pastos, caza, setas, otros frutos, plantas
aromáticas y medicinales, corcho, resina y otros productos forestales (como la
madera) además del derivado del pastoreo.
Los montes de dominio público son aquellos que la Comunidad se reserva
para evitar inundaciones en las cabeceras de los ríos o presta algún tipo de
beneficio a la sociedad, sobre todo desde el punto de vista ambienta. Los
montes protectores son los que, perteneciendo a particulares, están sujetos a
cierta protección o sirven para proteger otros bienes.
La Ley citada para Galicia establece
medidas de protección que no se llevan a cabo en la medida necesaria por la
sencilla razón de que no se presupuestan las partidas necesarias,
considerándose por las autoridades de la Xunta, que no se trata de un asunto prioritario,
pero cuando surgen los incendios forestales, en cuyo origen no entraré aquí
porque hay tantas teorías que han perdido –muchas de ellas- su utilidad,
entonces vienen los lamentos y los meses de espera hasta los próximos
incendios.
La Ley también establece medidas de
restauración hidrológico-forestal, que consiste en garantizar la protección de
recursos básicos como el agua y el suelo. Los árboles fijan la tierra para que
esta no sea erosionada y arrastrada por las lluvias o las crecidas de los ríos.
Tampoco la Xunta
dedica la atención debida a estos asuntos, y por lo que he podido comprobar, el
Parlamento no se ha destacado en exigir, preguntar, inquirir a los responsables
políticos para que esta situación se corrija.
Hay previsto un Plan forestal de Galicia, que
es el instrumento básico para la política forestal, pero las evaluaciones que
ha venido haciendo y las directrices y programas que ha planteado no han sido
tenidos en cuenta por las autoridades. Por lo tanto estamos ante un caso de los
muchos que se han citado cuando se habla de leyes: no falta la legislación,
falta su puesta en práctica, lo cual exige decisiones y recursos.
Ya se ha dido mil veces que los montes en
Galicia (no hablo aquí de otras partes de España) no están limpios, que muchos
de ellos están abandonados en manos privadas sin que se les saque el
rendimiento posible –y de ahí la desidia- y me atrevo a decir que podría
revisarse, por antipopular que parezca, la existencia de montes vecinales en
mano común: una cosa es la tradición y otra una gestión moderna del monte que,
como hemos visto, podría evitar incendios, abandonos, desaprovechamientos y
aumentar la riqueza en sectores ya citados con anterioridad.
Es cierto que el abandono del medio rural en
las últimas décadas ha dejado a los montes sin los cuidados que antes sí
tenían, pero no nos engañemos: antes también había incendios y con menos medios
se les combatía. No es cierto que cuando los pastores llevaban sus ganados, los
claros eran aprovechados para pastos, el campesino aprovechaba la leña, etc. no
hubiese incendios o estos fuesen menos violentos. Han existido incendios
siempre (la Edad Media
y los siglos modernos nos lo demuestran), pero nunca como ahora se dispone de
medios para combatirlos: otra cosa es gestionarlos bien y tener al monte como
una prioridad, lo que no se da.
También se ha dicho que existen demasiados
montes en manos privadas sin que se exija a sus propietarios el cuidado y las
prevenciones que son necesarias. Por lo que respecta a los públicos, se
encuentran dispersos, y esto no se da solamente en Galicia, sino en el resto de
España. Pero la política desidiosa en esta materia no siempre se ha dado: ya en
1833 se aprobaron las Ordenanzas de Montes para su mejor aprovechamiento, para
su limpieza, deslinde y gestión. Y en 1924 se aprobó el Estatuto Municipal por
el que el Estado dejó en manos de los Ayuntamientos la gestión de los montes
públicos, lo que demuestra la preocupación de los regeneracionistas de la época
(a pesar de encontrarse España en una dictadura) por la riqueza forestal.
También durante la dictadura de Primo se incrementó notablemente la inversión
en repoblaciones, obligando con ello a la creación, en 1935, del Patrimonio
Forestal del Estado.
La Ley 7/2012 de Galicia tiene divididas
las competencias entre la Xunta,
la Consellería
del ramo y los Ayuntamientos, por lo que estos no pueden ahuecar el ala cuando
se trata de prevenir incendios y de aprovechar los montes públicos lo mejor que
se pueda, salvaguardando los espacios de relevancia ecológica y ordenando la
limpieza de todo tipo de monte, privado, público, etc. ¿Para que, si no,
existen las ordenanzas que los Ayuntamientos pueden establecer en este sentido?
Me gustaría que se pensase en estos asuntos por
parte de los diputados del Parlamento de Galicia, de los profesionales del
sector, de los propietarios, la Universidad y de todo aquel vecino que tenga un mínimo de
sensibilidad por nuestro patrimonio natural. Sería una forma de demostrar
patriotismo en vez de pronunciar una y otra vez la voz “Galicia, Galicia…”, sin
más contenido.
L. de Guereñu Polán.
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