domingo, 26 de noviembre de 2017

El caso de Teba


Teba (Málaga)

Teba es una pequeña población al norte de la provincia de Málaga que, aún hoy, presenta una morfología apretada con estrechas calles que se acuestan, junto con el caserío, sobre una pendiente serrana. Contra lo que pudiese parecer, la nieve la cubre en el invierno con relativa frecuencia, mientras que el calor es sofocante en verano. En esta población se han dado tan importantes manifestaciones de la lucha obrera por la mejora de sus condiciones, que podemos decir es un caso singular aunque parecido a otros.

Con motivo de ciertos sucesos en Teba, durante el año 1920, Largo Caballero, entonces máximo responsable de la UGT, estuvo allí, pero durante la segunda mitad del siglo XIX ya contó el municipio con una tradición reivindicativa e incluso revolucionaria de las más vivas de España.

Sabido es que la estructura de la propiedad agraria en la mitad sur de España (grosso modo) ha sido latifundista, particularmente Andalucía occidental, La Mancha y Extremadura, lo que ha provocado una enorme abundancia de braceros que eran contratados a tiempo parcial permaneciendo en paro estacional parte del año. El atraso secular de España, sobre todo en las zonas rurales, fue el abono para el surgimiento de una movilización obrera y campesina muy fuerte y activa, siendo los sucesos del año citado solo un ejemplo aislado.

La tradición ugetista y socialista en Teba fue relativamente temprana, pero se manifestó acusadamente durante los últimos años del Régimen de la Restauración, particularmente durante el llamado “trienio bolchevique” (1918-1921), durante la dictadura primorriverista, durante la II República y la guerra civil de 1936.

Particularmente fueron violentos los acontecimientos de la mal llamada “revolución de 1934”, que tuvieron en Asturias, Vizcaya y algunas localidades catalanas su máxima expresión, pero también en Teba, con el asalto en esta localidad del cuartel de la Guardia Civil y la detención de unas cien personas. Es sabido que aquella “revolución” no fue sino el resultado objetivo de las pésimas condiciones de vida de la población obrera y campesina, acompañadas por el acceso al Gobierno de varios ministros de la CEDA en octubre de 1934, recurso del Presidente Lerroux para dar estabilidad a su gobierno. Lo cierto es que el partido católico había ganado las elecciones y tenía derecho al poder, pero esto no fue admitido por amplios sectores de la izquierda tradicional y del movimiento obrero.

La guerra civil fue para la provincia de Málaga una verdadera carnicería, pues la población civil, en general, se opuso al levantamiento militar, y sin con ello contamos la tradición reivindicativa de pueblos como Teba, fuertemente adoctrinados por el socialismo ugetista, se ha calculado que durante la contienda se produjeron entre seis mil y siete mil fusilamientos en la retaguardia una vez los militares sublevados se hicieron dueños de la población.

Basta consultar el caso de Teba en el “Sistema de Información Multiterritorial de Anadalucía” para obtener importantes datos sobre las movilizaciones obreras y campesinas en Teba durante la primera mitad del siglo XX, época de la que se dispone de mucha más información que sobre el siglo XIX. Las “elites” y familias pudientes, verdaderas rectoras de la vida malagueña (y en general andaluza) a finales de la segunda década del siglo XX, vieron peligrar su hegemonía y decidieron crear somatenes o milicias armadas para contribuir al esfuerzo de “orden” encargado a los Institutos armados en España (1919).

El marqués de Sotomayor, encargado en el año citado de organizar el somatén en la provincia de Málaga, se expresó diciendo que “aunque viejo”, se encontraba con fuerzas para defender al rey y al orden constituido, proponiéndose que el somatén de Málaga no tuviese, en cuanto a eficacia y organización, nada que envidiar a los demás de España. Los sucesos de Teba, entre otras poblaciones, explican (no diré que justifican) aquella preocupación de marqueses, terratenientes y señoritos.

L. de Guereñu Polán.   

sábado, 25 de noviembre de 2017

Vindicación de Rodolfo Llopis



De la misma forma que Largo Caballero estuvo a la sombra de Pablo Iglesias Posse hasta la muerte de este en 1925, influido por su pensamiento y acción, así Rodolfo Llopis fue un seguidor y colaborador estrecho de Largo hasta que este murió en el exilio en 1946, encontrándose también el alicantino en Francia.

Llopis pertenece a la tercera generación de socialistas que participaron en las sociedades obreras desde 1870, aproximadamente, y fundaron unos años más tarde el Partido Socialista Obrero Español y la Unión General de Trabajadores. Nacido cuando el siglo XIX acababa en Callosa de Ensarriá, provincia de Alicante, conoció a Largo Caballero en Madrid y a él se adhirió muy pronto, reconociendo su intuición, capacidad de trabajo y entrega a la causa del movimiento obrero de la época.

Cuando Llopis conoció a Largo este llevaba ya un cuarto de siglo participando en el movimiento societario madrileño, pues Madrid no era, en la segunda mitad del siglo XIX, una ciudad industrial como Barcelona o Bilbao, por poner dos ejemplos. Más bien abundaban mucho los oficios de artesanos y obreros de pequeños negocios y talleres, pero había pocas fábricas modernas. Hasta tal punto Llopis admiró a Largo Caballero que quiso escribir una biografía sobre el dirigente madrileño a principios de los años cincuenta del pasado siglo, pero renunció a ello (después de haber hecho acopio de muchísimos datos) por no disponer de medios para consultar archivos (estaba en el exilio y España bajo el franquismo). Esto lo reconoce Julio Aróstegui en una obra relativamente reciente, donde glosa, de forma abultadísima, la vida y obra de Largo.

Francisco Largo Caballero no era un hombre formado académicamente, pues solo había recibido algunos años de escuela antes de que empezase a trabajar a los siete… Iglesias, como los fundadores del socialismo organizado en España, procedían del mundo de la tipografía, del periodismo o de cierta intelectualidad, como José Mesa o Jaime Vera. Contrariamente a Largo, Rodolfo Llopis se había formado académicamente al tener esa posibilidad y dedicó la mayor parte de su vida a la educación, la mayor parte de su obra a la pedagogía y la mayor parte de sus esfuerzos fuera de este campo al socialismo.

Una de las grandes preocupaciones de Llopis, como de Largo Caballero, era la organización, preservarla de peligros que la debilitasen, por eso –y esto es influencia de Iglesias- la Unión General de Trabajadores y el Partido Socialista no fueron partidarios de huelgas a la ligera, sin calcular las consecuencias y los posibles resultados, y de esta preocupación participó también Llopis, cuya veneración por Largo se puso de manifiesto siempre. Y fueron también partidarios, maestro y alumno, de lo que entonces se llamó “intervencionismo”, es decir, aprovechar los resquicios que permitía el Estado en manos de la burguesía para influir incluso dentro de las instituciones públicas.

Fue precisamente la huelga general de 1917, convocada por la UGT, la CNT (de reciente creación) y el PSOE, lo que llevó a Llopis a ingresar en el sindicato y en el partido, aunque ya conocía a Largo Caballero, que venía de ser concejal y diputado provincial en Madrid. La huelga, a juicio de la historiografía, fue un fracaso, con más de un centenar de muertos y muchos más heridos, sin conseguir los objetivos políticos que se propuso (nada menos que acabar con el régimen de la Restauración) y además fue precedida de una huelga de ferroviarios en Valencia que, al parecer, estuvo orientada por la patronal, de lo que no fue consciente uno de sus responsables, Daniel Anguiano. Pero esa huelga, que fue la respuesta del obrerismo organizado a la crisis de subsistencias consecuencia de la primera guerra mundial y de la inacción del Gobierno, es un hito en la historia del movimiento obrero español, más allá de la crítica que merezca a cada uno por sus resultados (debe considerarse que el Gobierno utilizó al ejército para reprimirla).

Subsecretario de Presidencia con Largo en el gobierno que formó este último ya iniciada la guerra civil, llevó a cabo una meritoria labor de organización administrativa, y colaboró en la incorporación de comunistas a dicho gobierno, lo que contribuyó a dar una cierta disciplina al ejército republicano. Pero el mayor mérito de Llopis, si comparamos su trabajo con las circunstancias en que tuvo que realizarlo, fue la organización del Partido Socialista en el exterior desde su exilio francés, al tiempo que fue Presidente del Gobierno en el exilio hasta 1947, cuando fue sustituido por Álvaro de Albornoz; fue Secretario del PSOE, sustituyendo a Ramón Lamoneda, desde 1944 hasta 1972, año este en el que surgió la división en el PSOE, pero un año antes había dejado la Presidencia de la UGT, habiendo sustituido en 1956 a Trifón Gómez, por lo que puede decirse que de él dependió, en buena medida, que la llama del socialismo organizado y del sindicalismo ugetista, pudiese pasar –no sin problemas- a las nuevas generaciones en los años setenta del pasado siglo.

En el Congreso socialista celebrado en Suresnes en 1974 no aceptó la propuesta que se le hizo para que presidiese el partido, pretendiendo seguir siendo secretario general, pero los socialistas del interior, junto con otros del exilio, consideraron que los tiempos eran otros y debía darse una renovación en los cuadros dirigentes y en los objetivos. El apoyo de la Internacional Socialista a los seguidores de Nicolás Redondo y Felipe González fue determinante y Llopis apareció, desde entonces, como un terco dirigente que no se quiso adaptar a los nuevos tiempos.

Pero si tenemos en cuenta el aspecto humano del problema ¿podremos comprender que a un hombre que había cogido el testigo de Largo Caballero (¡casi nada!), participado en una guerra, defendido y mantenido el socialismo español en el exilio, convirtiéndose en un valladar contra dificultades de todo tipo, le costaba comprender –e incluso desconfiaba- las intenciones de los renovadores? Habría que ponerse en la piel de Llopis, que vio recuperarse a la UGT y al PSOE después de sus respectivas crisis de militancia entre 1914 y 1916, que participó en los momentos de mayor influencia de aquellas organizaciones en la sociedad y en la política españolas, para saber lo que cada uno haría en esas circunstancias. ¿Quiénes eran esos que venían pretendiendo arriesgar lo conseguido –con el exilio de por medio- llevando las direcciones al interior de España con Franco vivo y toda su policía y ejército en pie de guerra? No olvidemos que aún fueron ejecutados algunos, meses antes de la muerte del dictador; Llopis no confiaba en salvaguardar lo que con tanto tesón había mantenido a duras penas.

El hecho de que tuviese seguidores que le alentaron a mantener sus posiciones en esos años centrales de la década de los setenta, contribuyó también a la terquedad llopista. Vivió hasta 1983, lo suficiente para ver como el Partido Socialista conseguía llegar al gobierno después de tantos esfuerzos y sufrimientos (de los que él participó) con una mayoría absoluta que jamás se hubiese imaginado. ¿Qué razones podemos aducir para suponer que Llopis no se alegró de ello? Ninguna: además de un hombre antiguo para la altura del siglo XX a la que llegó, además de ser terco e incapaz de comprender la nueva situación, tuvo la enorme humanidad de mantener durante décadas el testigo de unas ideas, de unas organizaciones, que está por ver si son merecedoras, estas últimas, de tanto esfuerzo y sacrificio.

L. de Guereñu Polán.

viernes, 24 de noviembre de 2017

Manuel Azaña según Santos Juliá



Azaña joven

Para Santos Juliá –y no será el único- releer a Azaña es un placer, pues “decía el castellano maravillosamente”, como nadie, al tiempo que nadie ha tenido tanta contención en sus discursos, y así es más fácil entender la conmoción que experimentó Amadeu Hurtado[1] cuando Azaña cerró su intervención parlamentaria sobre el estatuto de Cataluña: “saludar jubilosos a todas las auroras que quieren desplegar los párpados sobre el suelo español”; también María Zambrano se emocionó recordando a Azaña cuando, en Valencia, avanzada la guerra, este había dicho: “Vendrá la paz y espero que la alegría os colme a todos vosotros. A mi no”.

Azaña –dice Santos Juliá- creó una política a partir de saberes, de lecturas y de voluntad, lo habló todo y en él se resume el ideal reformador de la tradición liberal española (liberal aquí no en el sentido económico, sino en el amor por la libertad para que todos pudiesen disfrutar de ella y conseguir sus legítimos objetivos). Nuestro hombre se empeñó en el envío incesante de mensajes al Comité de Londres y a la Sociedad de Naciones para que se comprendiese que la guerra de España tenía un componente internacional que arrastraría a toda Europa; pero al mismo tiempo en Azaña se han visto sus advertencias de que no se trata de exterminar al enemigo, sino de conseguir vivir juntos aunque con intereses distintos, incluso antagónicos.

Por eso se dice que en muchas ocasiones invocó la paz, y todo ello se le pagó siendo el que más saña sufrió tanto durante su ejercicio político como por parte de los vencedores en la guerra durante décadas. Hasta después de su muerte siguió un proceso abierto y se multó a sus descendientes con cien millones de pesetas impuestas por el Tribunal de Responsabilidades Políticas.

Cuando joven militó en el Partido Reformista de Melquíades Álvarez y compaginó esto con su paso por la Academia de Jurisprudencia y el Ateneo de Madrid, pero en torno a 1923 sintió la frustración de ver que aquel partido no era lo que él ambicionaba para España. De él se ha dicho que, en esa época, había sido un “señorito benaventino”, pero Santos Juliá desecha esta idea recordando al doctorando a partir de las clases de Giner de los Ríos, y se empapa de autores franceses en un momento en que observa que ha aparecido la masa como sujeto de la historia.

Pero su labor intelectual había comenzado mucho antes, pues en 1903 comenzó su primera y fallida obra “La aventura de Jerónimo Garcés”, en la que se trasluce la herida profunda de la muerte de su madre. Luego vendrían “El jardín de los frailes” y “La velada de Benicarló”. Solicitó y consiguió una pensión de la Junta para Ampliación de Estudios yéndose a París para pasar unos meses y frecuentar la biblioteca de Sainte Geneviève, enviando artículos a España. Pero en política él mismo se tildó de “reformista indolente”, lo que Santos Juliá desmiente, pues nos ha dejado mucho sobre el problema de España, los orígenes de su decadencia, los caminos para su retorno a la corriente general de la civilización europea. Así, se remontó al Siglo de Oro y llegó a la conclusión de que la nación es una “invención” moderna y que las raíces de la modernidad española no había que buscarlas en aquel “siglo”, sino en la España de Alfonso XI (será porque consideró la importancia del “Ordenamiento de Alcalá” -1348- verdadero compendio legislativo para la Corona de Castilla). En esto no se diferencia de sus predecesores de la generación del 98, que hicieron hincapié en el papel hegemónico de Castilla en la construcción de España.

Propugnó alejarse del “nacionalismo de tizona y herreruelo”; consideró que la España de los Austria fue una distorsión de la historia, y que la revuelta comunera fue la primera revolución moderna, en lo que coincide Tierno Galván.

Azaña, según Santos Juliá, fue un francófilo jacobino que simpatizó con los aliadófilos durante la primera gran guerra, pero no participó del centralismo de los revolucionarios franceses: rechazó el modelo jacobino cuando se discutió el Estatuto de Autonomía de Cataluña, el primero. Nuestro autor, por otra parte, fue capaz de abarcar una enorme variedad de temas objeto de sus inquietudes intelectuales y políticas, por lo que nada que ver con el “gris y rencoroso funcionario” que algunos le han atribuido desde posiciones cercanas al odio o al desprecio.

Los opositores que han acusado a Azaña de “golpista y revolucionario” no han podido aportar ni una sola prueba de lo primero, y dan a lo segundo un significado peyorativo que no tiene objetivamente hablando. Fue Azaña revolucionario en la medida en que pretendió revolucionar instituciones como el ejército atrasado y adoctrinado de España, que pretendió descentralizar el poder, que pretendió ahondar la democracia hasta niveles desconocidos en España entonces. 
 
En cuanto a sus relaciones con el Presidente Negrín, desde que este dirigió el esfuerzo de guerra contra los militares golpistas y sus seguidores, cada uno tuvo su personalidad, más realista la de Azaña, más idealizada la de Negrín, que no obstante quiso buscar la paz de forma honrosa sin conseguirlo. Cuando se recorren los discursos y diarios, además de las entrevistas con embajadores y periodistas, vemos a Azaña –dice Santos Juliá- que no fue “prisionero de Negrín”, pero sí hombre que, conocedor de la situación de la República durante la guerra, quiso ahorrar sufrimiento a su pueblo y pronunció postreramente aquellas palabras que le sitúan entre los justos: “Pero es obligación moral, sobre todo de los que padecen la guerra, cuando se acabe como nosotros queremos que se acabe, [el subrayado es mío] sacar de la lección y de la musa del escarmiento el mayor bien posible, y cuando la antorcha pase a otras manos, a otros hombres, a otras generaciones, que les hierva la sangre iracunda y otra vez el genio español vuelva a enfurecerse con la intolerancia y con el odio y con el apetito de destrucción, que piensen en los muertos y que escuchen su lección: la de esos hombres que han caído magníficamente por una ideal grandioso y que ahora, abrigados en la tierra materna, ya no tienen odio, ya no tienen rencor, y nos envían, con los destellos de su luz, tranquila y remota como la de una estrella, el mensaje de la patria eterna que dice a todos sus hijos: paz, piedad, perdón”.


[1] Político de formación jurídica autor de un discurso en 1933 cuyo título es “La intervención del estado en nuestro régimen de autonomía”.

L. de Guereñu Polán. 

martes, 21 de noviembre de 2017

Psicología de un Govern

"Concierto en el huevo" de El Bosco
Los miembros de un colectivo tienen una psicología individual, como es lógico, pero también pueden proyectar una psicología que es común a todos ellos, aunque con matices. En el caso de los que hasta hace unas semanas eran miembros del Govern de Cataluña, su presidente parece tener la personalidad de un hombre débil e inconsciente, que puede dudar permanentemente lo que debe hacer y termina decidiendo lo peor, en una especie de huida hacia adelante. Se propuso convocar elecciones si se daban ciertas condiciones que nadie le podía garantizar y entonces decició culminar la serie de violaciones de la ley que había iniciado. Se propuso declarar la independencia con el país atento a las pantallas de televisión y se desdijo a los pocos segundos. Convocó a los diputados afines en una sala aneja para firmar una declaración de independencia pero luego no reconoció que lo había hecho. Un cúmulo de despropósitos de los que Cataluña entera, cuando se piense reposadamente en ello, se avergonzará.

Ese President parece que no era un “primus inter pares”, sino más bien un hombre de circunstancias en su ciudad, hasta el punto de que no había sospechado ser alcalde y mucho menos máximo responsable (irresponsable) de la Generalitat, una institución secular a cuyo frente casi siempre ha habido jerifaltes de la nueva nobleza, la que consigue ese estatus mediante el dinero, y en el siglo XX los que han resultado elegidos democráticamente. El Presidente huido no tiene relevancia alguna como se ha demostrado en su partido (le nombró a dedo el señor Mas, complicado en casos de corrupción mediante su partido, cambiado de nombre para disimular), como se ha demostrado durante su mandato, de una pobreza legislativa y ejecutiva inéditas, y demostrado por el nulo apoyo cosechado en Europa, como no sea algún que otro diputado neofascista.

Otra cosa es el señor Junqueras, que creo sabía sobradamente que el “procés” no tenía salida, pero no podía decirlo porque en su partido existe un grupo de presión muy cercano al talibanismo, es decir, al integrismo independentista sin razón ni reflexión alguna, como una cuestión religiosa. El mismo Junqueras lo ha defendido así con lágrimas en los ojos ante un micrófono, pero advertido por quienes más saben, supo muy pronto que una cosa era el romanticismo y otra la realidad. De ahí su silencio en el Parlament y en todo el proceso (se reunió un par de veces con la gris vicepresidenta del Gobierno en torno a una mesa secundaria de un despacho). En el escaño parecía dormirse, sentir que aquello no iba con él, transido de una meditación espiritual muy acorde con su confesado catolicismo antiguo. Por lo que respecta a su gestión económica fue tan pobre, que a la vista está el comportamiento de los miembros más conspícuos del capitalismo catalán.

Otros se apartaron del asunto porque vieron peligrar sus patrimonios, que son acrecidos porque pertenecen a familias pudientes, porque viven en uno de los países más ricos de Europa (Cataluña) y porque el Govern, como otros, se ha guardado de recompensar a sus miembros pingüemente (recuérdese, por poner solo un ejemplo, el caso de doña Neus Munté). Estos son los prácticos: están con el independentismo pero solo si sus patrimonios quedan asegurados, nunca de cualquier otra forma.

También está el que quiere aparentar respeto a la legalidad para pescar en río revuelto (Villa) cuando ya había firmado aquel documento en el que se declaraba a Cataluña independiente varias veces, sabiendo que dicho documento no valía para nada que no fuese querer engañar marcando un hito, fuera del salón del Parlament, en acto ridículo donde cada uno se retrataba partidario de la independencia si quería seguir en el puesto. Luego, ante el juez, “yo advertí que no era legal, que no era posible, que la solución era yo”, dijo el señor Villa vergonzantemente.

¿Y el comunista que está dispuesto a renunciar a serlo con tal de sumarse a la quimera, a lo que se supone es la marcha de los tiempos? Hace falta ser el señor Romeva, hace falta ser falso para vender el alma a un “procés” ilegal, minoritario, que se quiere imponer con nocturnidad, con mentiras. ¿Y el Consejero de Interior que utiliza a las fuerzas del orden para sembrar el desorden, cuando como los demás, había jurado o prometido acatamiento y lealtad al Estatuto y a la Constitución, incluido el artículo 155? Hace falta ser falaz. Hay uno que siendo Consejero de Empresas y Conocimiento se le van las empresas del país sin él conocerlo…

El Consejero de Cultura ingnoró que el mundo de la cutura, los cineastas, los cantautores, los escritores, los actores, los poetas, estaban en su contra y contra el “procés” con alguna excepción que prefiere comer aparte para comer mejor (la frase no es mía). Doña Clara Ponsatí, Consejera de Educación, se empeñó en mantener la aberración de que los alumnos de educación primaria y secundaria tuviesen solo dos clases de lengua castellana a la semana, con el fin de primar a la catalana con cuatro. Hace falta ser poco educada, poco ecuánime, hace falta participar de un sectarismo tan pernicioso para querer combatir la razón con la sinrazón.

Algunos son de derechas, otros de izquierda, unos republicanos confesos desde siempre, otros monárquicos hasta hace tres días, pero traicionan a la monarquía a la que elogiaron y defendieron (incluso sus abuelos en el más acrisolado carlismo) con tal de sumarse a un “procés” que les llevaría a la gloria –decían- y les ha sumido en desdecirse ante los jueces. No conozco ningún caso reciente más claro de incoherencia.

L. de Guereñu Polán. 


domingo, 19 de noviembre de 2017

La mujer también emigra


"Mujeres", de Luis Seoane, 1946
Camagüey está casi en el centro de Cuba, donde la explotación de la caña de azúcar ha dado a la provincia su riqueza principal, en medio de un relieve llano y entre las costas norte y sur de la isla. En la ciudad se comercializaban los productos agrarios, y junto con Oriente y las Villas, conformó la más importante producción azucarera a donde fueron, entre finales del siglo XIX y principios del XX, casi cuatro de cada diez españoles que emigraban a América.
 
Ciertos estudios han demostrado (1) que, teniendo en cuenta la procedencia de los "colonos" de la contrata de Goicouría (1845-1846) de un total de 1.208 emigrantes, el 22,7% eran mujeres, pero si tenemos en cuenta la procedencia de algunas regiones en particular, ese porcentaje aumenta, en el caso de Valencia, a 35,7% y en el caso de montañeses (Cantabria) a 28,9%. En cuanto a Galicia, el mismo estudio revela que, entre 1915 y 1925, los porcentajes más altos de emigrantes estaban en las edades de 15 a 24, seguiéndole de 25 a 29, aunque en este caso no se hace distinción entre hombres y mujeres.

Aunque las mujeres tenían restringida la emigración por la Junta del Reino de Galicia en las cuadrillas de segadores que iban a Castilla, en varias ocasiones se saltaron tal prohibición. Las autoras a quienes sigo indican que durante muchos años una tercera parte del éxodo rural a Castilla correspondió a mujeres, tanto para la siega como para faenas vinícolas. Por otra parte, la ausencia del esposo convirtió a algunas mujeres en actoras ante los poderes públicos, antes de que la ley lo estableciese. 

En todo caso, entre finales del siglo XIX y las primeras décadas del XX, el porcentaje de mujeres emigrantes a América aumentó, mientras que el de hombres disminuyó, lo que no quiere decir que disminuyese la cantidad total de estos últimos. Si en en el período 1882-1889 el porcentaje de emigrantes salidos por puertos gallegos que llegaron a Buenos aires se distribuyó con algo más del 70% de varones y algo menos del 30% de mujeres, en el período 1912-1926, el procentaje de los primeros bajaba de 60 y el de las segundas subía de 40, y esta tendencia se manifestó a lo largo de los años intermedios a los señalados.

La mayor parte de las mujeres emigrantes (salidas de puertos gallegos hacia Buenos Aires) en el período 1882-1926 eran solteras (más del 60%), mientras que las casadas nunca pasaron del 40%; porcentajes muy bajos eran viudas, probablemente porque habían enviudado a edad avanzada o porque por ellas mismas y con la ayuda de algún hijo no les fue necesario emigrar. Es decir, la imagen estereotipada de que el hombre emigró y la mujer se quedó en casa cuidando de la pequeña propiedad familiar (agraria) para trabajarla, pierde peso a medida que nos acercanos a finales del siglo XIX y nos adentramos en el XX.
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(1) "Mulleres e emigración na historia contemporánea de Galicia, 1880-1930", María Xoxé Rodríguez Galdo, María Pilar Freire Esparís y Ánxeles Prada Castro, 1998.

L. de Guereñu Polán.

viernes, 17 de noviembre de 2017

A un siglo de la revolución soviética



Revolución soviética es la denominación más adecuada (a mi parecer) para referirnos a los acontecimientos vividos en el Imperio Ruso durante los años 1917 y siguientes, pues fueron los soviets los verdaderos protagonistas de la organización de obreros, campesinos, estudiantes, intelectuales y soldados contra la autocracia zarista, contra la brutal policía y contra las condiciones de miseria que sufría la mayor parte de la población. Lenin estaba en Zurich cuando los acontecimientos se iniciaron en Rusia, y con tal despiste que se sorprendió cuando fue avisado de ellos. Incluso cuando se produjo la revolución de 1905, el movimiento socialdemócrata ruso no estuvo preparado para ser vanguardia de los acontecimientos.

El Imperio Ruso, a finales del siglo XIX, estaba en plena expansión industrial, con la explotación minera a pleno rendimiento, con el desarrollo de la red ferroviaria, con industrias que se habían alimentado de capital alemán y francés fundamentalmente, pues la clase adinerada rusa era una finísima lámina en el conjunto de la sociedad y la nobleza vivía amancebada con el alto clero y con la burocracia zarista. El ejército, por su parte, se relamía de las antiguas victorias contra Napoleón y contra el Imperio turco, verdadero “otro yo” del zarismo.

Había una tradición revolucionaria en el Imperio Ruso, por lo menos desde el decembrismo de 1825, revuelta importantísima de una parte del ejército al que se sumaron intelectuales hartos de un zarismo que se sucedía a sí mismo caprichosamente. Dicho movimiento fue un hito en la historia rusa del siglo XIX y en el futuro no dejaron de hacerse continuas apelaciones a la oficialidad más joven para que no consintiese derivas autoritarias del régimen. La ya citada revolución de 1905 fue una respuesta de los intelectuales, de las clases medias urbanas y de los obreros y mujeres contra una situación insostenible de falta de libertad, de explotación inmisericorde y de alejamiento del Imperio respecto del liberalismo europeo. Fracasó porque no se dieron las condiciones objetivas para que triunfase, y también porque no se cuestionó al zarismo; solo se exigió que su titular actuase paternalmente a favor de los obreros explotados y aceptase un Parlamento en el que se depositase el poder legislativo: no fue así y la experiencia fracasó porque la mayor parte de la nobleza, el clero, la masa campesina –la mayor parte de la población- el ejército, impidieron el triunfo.

Pero desde entonces nada fue igual y la policía se tuvo que emplear a fondo para combatir a una prensa cada vez más contestataria, un movimiento soviético cada vez mejor organizado, las diversas familias socialistas en plena campaña propagandística, el nihilismo y el populismo extendiéndose por las ciudades, sobre todo en la parte occidental del Imperio y unos intelectuales que tenían en Tólstoi (muerto en 1911) un referente de honestidad y clarividencia.

La participación del Imperio Ruso en la guerra de 1914 prefiguró las condiciones para que la revolución de 1917 triunfase contra el zarismo, aunque no triunfó para la inmensa mayoría de la población. Un ejército que se había hecho antiguo ante el avance del británico, alemán, estadounidense o japonés (este había vencido al Imperio Ruso entre 1904 y 1905), hizo comprender a muchos que la participación en una guerra que tuvo su origen en los Balcanes, en Marruecos y en las ambiciones imperialistas de las potencias occidentales, era un error que llevaba a la muerte a esposos e hijos de campesinas y trabajadores. Los bolcheviques, rama del movimiento socialista de profundas convicciones revolucionarias (pero como se verá no democráticas) hicieron gala de su consigna favorita: no a la guerra, es algo que interesa solo a los imperialistas. Y esto hizo mella en amplias capas de la población rusa.

De forma que fue una parte importante del ejército zarista, que sufría las consecuencias de la movilización y de las penurias, el factor determinante para el derrocamiento del zarismo: ni los soviets organizados disciplinadamente, sin los campesinos adoctrinados por el anarquismo y por los Socialistas Revolucionarios, ni los intelectuales ni las clases medias, por sí mismas, hubieran conseguido lo que sí consiguió un ejército que se alzó contra el zar y contra la guerra. Es cierto que las grandes movilizaciones en las ciudades y regiones industrializadas jugaron un papel importante de concienciación, es cierto que bolcheviques, mencheviques, populistas, burguesía liberal y otros grupos animaron extraordinariamente el ambiente revolucionario, pero si el Imperio no estuviese en una guerra ruinosa (de materiales y hombres) ¿habría triunfado la revolución? Hoy se sabe que muy probablemente no. Ni la pericia cambiante de Lenin, que se incorporó tarde a los acontecimientos, ni la honestidad de tantos socialistas de la época, ni el esfuerzo de tantos activistas, hubiesen podido con la gran mole que representaba una poderosa Iglesia, una leal aristocracia al zar y una economía en manos de pocos. Sin guerra, sin defección del ejército a la autoridad del zar, muy probablemente no hubiese triunfado revolución alguna, por muchas manifestaciones que atestasen las calles de las principales ciudades industriales y administrativas.

Cuando el movimiento socialista se dividió de forma definitiva, entonces surgió claramente la capacidad organizativa de los bolcheviques, y esto sí es mérito de Lenin y sus colaboradores. Pero esa capacidad organizativa, que se puso de manifiesto en la guerra civil que siguió a la revolución, contó también con un ejército formado por la decisiva actuación de Trostky y sus colaboradores, no pocos antiguos fieles al zarismo que ahora se acomodan a lo que se adivinaban nuevos tiempos. Es simplista, y por lo tanto falso, que solo existieran dos ejércitos que se enfrentaron en la guerra civil, el rojo y el blanco. También los anarquistas, sobre todo en Ucrania, formaron un ejército que perseguía objetivos distintos a los de los bolcheviques (negro) y los campesinos en varias regiones formaron ejércitos que pretendían salvaguardar las apropiaciones de tierras que se habían arrebatado a la nobleza (verde). La guerra civil fue un caos, como toda guerra, donde al ejército zarista (sin zar) se sumaron muchos oficiales, mencheviques, jóvenes de clase media que no podían soportar los métodos de los bolcheviques, en definitiva una minoría que se había hecho, eso sí, con el control de muchos de los soviets.

Luego vinieron las checas practicadas sin piedad por los bolcheviques, la quiebra de la democracia soviética (al fin y al cabo las decisiones las tomaban los que formaban parte de los soviets en un régimen de libertad y exaltación inusitados). Aquellos gobiernos provisionales, uno de los cuales había sido dirigido por el menchevique Kerenski, querían establecer en el Imperio un régimen con división de poderes, con elecciones, una democracia representativa que no podemos decir en que se sustanciaría. Pero el modelo bolchevique fue otro: el del crimen sin número, la represión, los atentados, la arbitrariedad jurídica, la dictadura impía que daría lugar a las grandes purgas de los años treinta. Ya con Lenin la revolución había fracasado históricamente, porque no fue igualitaria, no estableció la libertad, no repartió la riqueza equitativamente y se engañó una y otra vez a la mayoría de la población, los campesinos. Fueron estos los que se hicieron con las tierras que ocuparon, no la burocracia bolchevique, que no hizo sino venir a consagrar lo que ya estaba hecho… para luego colectivizar la propiedad territorial contra el interés del campesinado y de toda economía racional.

Los bolcheviques no respetaron los derechos de las nacionalidades del Imperio, ni siquiera las de mayoría musulmana. Excepción fue Finlandia, compromiso personal de Lenin, pero arrebatándole parte de Carelia. En el poder una banda de asesinos en serie, lo cierto es que, desde 1928, el Imperio se convirtió en una gran potencia industrial capaz de ganar una guerra al fascismo, pero con un infinito coste humano y medioambiental. Mientras que la Revolución Francesa está vigente, porque muchos de sus logros están hoy en vigor o son un ideal para una parte del mundo, la revolución soviética está muerta, fracasó históricamente, y muy pocos la reclaman como modelo; se estableció un régimen feroz en el que cayeron como adeptos, por desgracia, muchos partidos comunistas del mundo durante demasiado tiempo.  

L. de Guereñu Polán. 

domingo, 12 de noviembre de 2017

Unha mala administración educativa





Hai un xiro evidente coa aprobación da “Lei de Calidade da Educación”, recentemente en vigor, e as leis educativas anteriores, particularmente a LOMCE e a LOE (Lei Orgánica de Educación esta última). A principal variación consiste en considerar como prioritaria a atención á diversidade ou a excelencia. Nunha sociedade plural, na que todos os nenos e adolescentes ata os 16 anos deben estar escolarizados, pretender a excelencia é unha forma de discriminación institucionalizada, pois non todos parten das mesmas condicións para acadala: situación familiar, capacidades intelectuais, problemas engadidos, situacións persoais dos alumnos (problemas de atención, síndromes coma o de Asperger…). En todos os países que teñen recoñecida a educación universal, sen distinción para todos os nenos e adolescentes, a atención á diversidade é unha premisa inexclusable.

O concepto de “calidade” da educación queda baleiro, pois, se, por exemplo, a ratio alumnos profesor vai en aumento nos últimos anos: ata mediados dos anos noventa pasados chegáramos a unha ratio de 25 alumnos por aula nuns casos e 18 noutros (agás nas disciplinas optativas, cuxo número de alumnos podía ser inferior a dez). Hoxe, sobre todo nos cursos inferiores da educación secundaria, o número de alumnos elévase a 30 por aula ou máis. Isto é un inconveniente insalvable por varias razóns: os alumnos empezan unha nova etapa da súa formación con sensibles diferenzas respecto á educación primaria; máis autonomía, menos control, novas expectativas… pero ós Institutos chegan alumnos de moi diversas procedencias: nenos e adolescentes xitanos, fillos de médicos ou profesionais, fillos de familias desestructuradas, alumnos con problemas específicos… Eses alumnos –precisamente por tratarse dos cursos inferiores- necesitan atencións que nunha aula tan saturada non se poden dar. Os profesores, nos primeiros meses, adoutan facer avaliacións iniciasis onde se aprecian as carencias, preparación ou dificultades duns e outros. Cando se detectan os casos que máis atención necesitan, como facelo e o mesmo tempo atender a marcha do curso dos restantes alumnos? Tal “calidade”, polo tanto, non é maís cunha palabra retórica que non ten reflexo na realidade, mesmo tendo os profesores –cando é así- o máximo interés e preparación para atender estas necesidades. Volveri sobre este asunto da calidade na educación en sucesivos párrafos.

Unha educación como a que se pretende en Galicia e no resto de España, onde os alumnos deben formarse cívicamente, adquirir destrezas tecnolóxicas, de traballo intelectual, sensibilizarse en cuestións coma o medio ambiente, o sexismo, a guerra e a paz, etc., debe contar cuns RECURSOS que os administradores públicos non subministran (tanto en España como en Galicia en particular) pois é evidente que unha educación universal é CARA, pero é unha inversión para que o país mellore no futuro. Estes recursos escasos están relacionados coa merma de profesores que se ten sufrido nos últimos anos: xubilados que ven amortizadas a súas prazas, profesores enfermos que non son substituídos por outros se non se trata de baixas superiores a quince días, o aumento da ratio alumnos/profesor da que xa temos falado. Pero hai Institutos que non contan cun ximnasio axeitado, que non están dotados cos medios tecnolóxicos que as necesidades actuais esixen: ordenadores (en moitos casos están obsoletos), proxectores de opacos, pantallas dixitais… se queremos que os alumnos se formen nas novas técnicas de información e comunicación. A falta destas destrezas leva a que os alumnos conciban os ordenadores e tabletas como instrumentos de xogo ou adocenamento, máis que para a súa formación.

En relación coa atención á diversidade –cuxa premisa é básica desde unha perspectiva social- a administración educativa en Galicia está eliminando a marchas forzadas os profesores de pedagoxía terapéutica, aqueles que máis formación teñen e que se ocupan dos alumnos con problemas específicos (xa citamos os que sufren situacións familares, intelectuais, complexos, síndromes, autismo, atención, etc.). Estes profesionais, que se consideraban na LOMCE coma un instrumento fundamental, están hoxe reducidos a un por Instituto (pódense citar varios casos como exemplos). Estes profesores –pero non só- adoutan facer adaptacións curriculares para facilitar a aprendizaje por parte deses alumnos, considerando cales son os obxectivos mínimos que permitan unha formación que os afaste do analfabestismo funcional: aprender a facer unha instancia, corrixir as faltas de ortografía, lectura de mapas e gráficos, redacións odenadas, destrezas nas disciplinas instrumentais (matemáticas e linguas), e o máis importante, detectar cales son os gustos, as propensións destes alumnos con vistas a súa integración no mercado laboral logo dos 16 anos. É evidente que un só profesor por centro non é dabondo para tan complexa tarefa. Parecería que a administración educativa de Galicia concibe o ensino como un trámite: os centros funcionan, ben ou mal, pero funcionan, sobre todo polo voluntarismo do profesorado e pola destreza dos alumnos máis aventaxados.

Nos últimos anos se reciben nos centros inmigrantes das máis diversas orixes: Europa do leste, Magreb, Iberoamérica, que necesitan atencións para as que os centros non dispoñen de recursos (a falta de profesorado e a paulatina desaparición dos profesores de pedagoxía terapéutica entre outros). É necesario facer unha avaliación do tipo de educación existente nos países de orixe, as potencialidades que poden ser aproveitadas nestes alumnos: como atender a isto con mermas contínuas de profesores?

A atención individualizada é outro dos principios que as leis educativas máis avanzadas recollen: alumnos para os que o profesor debe ter preparados exercicios específicos, atendelos de forma individual, seguir un ritmo distinto que coa maioría dos alumnos…. Isto non é posible se o número de profesores é cada mez menor nos centros. É certo que existen os agrupamentos de alumnos con máis necesidades, pero isto é insuficiente na complexidadade da educación actual.

Os horarios –e isto é tamén responsabilidade dos centros- non son en moitas ocasións pedagóxicos; quero dicir, as disciplinas non teñen todas as mesmas cualidades e as mesmas dificultades: a música, a tecnoloxía, a educación física, a informática… teñen un compoñente lúdico que contribúe a “entusiasmar” ou atraer o alumno, polo que as clases deben estar intercaladas destas disciplinas, deixando para as primeiras horas outras cun grao maior de abstación: matemáticas, lingua, historia, filosofía… Isto plantexa problemas de organización nos centros, pero, non sendo posible que todos os alumnos teñan as primeiras clases das disciplinas cun maior grao de dificultade teórica, é posible que sexan as segundas, as terceiras… E isto está en consonancia cos horarios das clases, que por intereses alleos o fenómeno educativo, adoutan concentrase en xornadas matutinas, desbotando as xornadas vespertinas porque as familias desexan que os seus fillos (isto, sobre todo, nos Institutos urbanos) fagan outras actividades interesantes, pero que non poden poñerse por diante das regradas oficialmente.

Mesmo os horarios –sobre todo nos Institutos que necesitan transporte escolar- se teñen feito en función dos instereses comerciais das empresas que prestan o servizo de transporte, batalla na que moitos profesores estivemos involucrados cun éxito só relativo. A hora de entrada, moi cedo –en Institutos situados lonxe de núcleos de poboación- non é un asunto menor cando se trata de nenos de 12 ou 14 anos; como non é un problema menor que os alumnos regresen as súas casas ás 15 horas (hai exemplos dabondo) cando os seus país terán que ausentarse e a sociabilidade familiar queda resentida.

Para a formación do profesorado, a Xunta de Galicia non homologa senón aqueles cursos que ela mesma organiza, os sindicatos e algunhas organizacións meritorias, pero non todas necesarias. Máis que os cursos demandados polos profesores, a Xunta adoita ofertar cursos para favorecer ós responsables de impartilos, sen interés para o conxunto. Isto, que pode considerarse unha apreciación subxectiva, é algo detectable fácilmente se se realiza unha mera cata nos centros. O dito é aínda máis paradóxico por canto cursos organizados e impartidos por Universidades, non son homologados pola Xunta de Galicia.

Cos alumnos que elixen certas disciplinas coma opotativas cométese un agravio: a Xunta estableceu unha norma pola que o número mínimo de demandantes para que o centro poida ofertar unha optativa debe de ser 10. É evidente que non é o mesmo un Instituto de 1.000 alumnos que outro de 500, polo que os deste último quedan discriminados. Sería máis lóxico e xusto que a esixencia fose unha porcentaxe sobre a matrícula, suxestión que xa se ten feito ás autoridades educativas sen éxito. Particularmente son moi demandadas disciplinas como Historia da Arte a Literatura Universal, pero tamén hai outas como Ciencias da Terra ou Xeoloxía que se quedan “sen alumnos” porque os centros están obrigados a cumplir con aquela absurda esixecia.

Un dos aspectos máis lacerantes é o da impartición de disciplinas por profesores que non son especialistas, situación que se dá aínda máis frecuentemene no ensino privado. Así encontramos a profesores de matemáticas impartindo clase de tecnoloxía ou de informática, a profesores de física impartindo clase de matemáticas, a profesores de historia impartindo música, de lingua impartindo historia… Que clase de calidade é esta? Como comprometer a un profesor cunha disciplina en cuxa programación didáctica non participou? Como se pode concebir que un profesor pertenza a dous departamentos distintos, o propio e aquel para o que se lle considera afín? Neste asunto non podemos dicir que o ensino público estea por riba do privado, ademais de ser un agravio para aqueles profesores que se ven forzados a aceptar un posto de traballo destas características.

Unha programación didáctica é o conxunto de previsións que, para un curso académico, fan os profesores dunha disciplina tendo en conta todo o currículo da mesma: contidos, exercicios, obxectivos, metodoloxía, técnicas a empregar, actividades complementarias e auxiliares. Os profesores que non están familiarizados coas programacións didácticas de disciplinas das que non son especialistas, non poden imprimir a calidade que os alumnos necesitan e a sociedade demanda.

Cuestión aparte é a que padecen os centros de educación para adultos, conquista social á que non podemos renunciar, pero que se encontra, hoxe, afastada de toda calidade e coherencia. Establecida esta ensinanza para alumnos maiores de idade ou maiores de 16 anos que se encontren traballando legalmente, existen dúas modalidades: presencial e a distancia. No primeiro caso os alumnos reciben clases totalmente insuficientes (unha por semana) en bacharelato (suficientes en educación secundaria), aparte das titorías nas que os alumnos son atendidos en aspectos metodolóxicos e outros que demanden. A formación é totalmente deficiente nestes centros, existindo unha conciencia por parte do profesorado de que se trata de alumnos –na maior parte dos casos- que necesitan o título para promocionarse profesionalmente ou que se encontran en paro laboral. Aquí non hai ningún tipo de coordinación por parte da Inspección educativa, observándose como, en determinados meses do ano, unha morea de alumnos que proceden dos diversos concellos de Galicia, acuden a exames con resultados deplorables. É coñecida a alta taxa de paro que sufre España, e non é este o lugar onde profundizarei nas súas causas, pero unha delas é a escasa cualificación de persoas cuxas idades están ente os vinte e corenta anos. O ensino para adultos, en Galicia, non cumple os obxectivos que se esperarían dun país avanzado e necesitado dunha mocidade suficientemente cualificada. Como é sabido, o que se demanda no mercado laboral hoxe, é cualificación, non é dabondo cun barniz enganoso.

Un dos problemas máis graves que padece a educación en Galicia é a existencia permanente dunha bolsa de profesores interinos que se prorroga ano tras ano porque a Xunta de Galicia non convoca as oposicións que lles permita obter en boa lid unha praza como numerarios. O profesor interino é un fraude á sociedade non porque el o desexe, senón porque vese impelido a cumplir unha función acomodaticia para a administración educativa, ademais de constituir un agravio permanente para os licenciados en paro que aspiran a un traballo na educación.

É unha evidencia que a Formación Profesional ten acadado unha calidade, na actualidade, que non tiña hai vinte anos, por exemplo, pero tamén é constatable que a Xunta de Galicia adoita conceder os ciclos formativos máis especializados e “selectos” (poderíamos dicir) a centros privados, concertados ou non, en detrimento dos públicos: xardinería, acuicultura, preimpesión dixital, instalacións electrotécnicas…

Nalgúns centros adoitase concentrar os alumnos máis aventaxados nunha mesma aula (ensinanza bilingüe) para os que se organizan viaxes a diversos países de Europa, en exclusiva, non ofertándose os mesmos a alumnos do mesmo nivel pero que non cursan a ensinanza bilingüe. É unha mágoa ver a estes alumnos cando son excluidos dunha actividade á que, se non aceptamos esta discriminación, teñen dereito. É outro labor da Inspección educativa que se bota en falta.

L. de Guereñu Polán. 



lunes, 6 de noviembre de 2017

¿RESULTA IMPOSIBLE EL DEBATE DE LA REFORMA CONSTITUCIONAL EN ESPAÑA?

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Seis millones y medio de personas aproximadamente, votan a grupos políticos que defienden la ruptura con el actual sistema democrático y la apertura de un nuevo proceso constituyente. Frente a ellos, 16 millones y medio votan a partidos constitucionales, mientras más de diez millones de personas se abstienen de votar. Es el resumen de las últimas elecciones, hace un año solamente. En otros términos dos tercios de los electores defienden la Constitución actual mientras la cuarta parte la rechaza. 40 puntos de diferencia entre unos y otros.
Simplificando, quienes defienden otra sociedad  se pueden agrupar en dos tendencias, la estrictamente nacionalista, con millón y medio de sufragios y la coalición de Podemos con varios grupos territoriales que cuenta con cinco millones de votos, básicamente 3´2 millones de grupos de izquierda y 1´8 de grupos más o menos nacionalistas coaligados con ellos. Y todavía debemos considerar a otras facciones minoritarias como los animalistas, con casi 300.000 votos, los mismos que el PNV, por ejemplo.
Las tendencias nacionalistas plantean una modificación del Estado de tipo confederal cuando no directamente la separación mediante el subterfugio del “derecho a decidir”. Significaría Estado mínimo, sistema de cupo generalizado y tendencias centrífugas aún más acusadas. Aunque no lo plantean abiertamente, esa opción la defienden exclusivamente para Cataluña, País Vasco, Navarra,  tal vez Galicia y Baleares. Va de suyo que las demás Comunidades Autónomas, en especial Andalucía, Valencia o Canarias, no aceptarán ninguna modificación que no sea generalizable. Las tendencias agrupadas alrededor de Podemos, carentes de un modelo propio, aceptan el anterior añadiéndole todas las reivindicaciones que puedan socavar el modelo actual, en una clara renuncia a formar parte de las democracias occidentales. Unos y otros sitúan los llamados “derechos de los pueblos” como eje de la nueva política, en castellano claro, las mayorías de cada territorio serían los nuevos sujetos políticos en lugar de la representación proporcional actual. Los partidos constitucionales, PP, PSOE y Ciudadanos, aspiran a mantener un régimen similar al actual, sin perjuicio de los cambios necesarios, mínimos para los populares, ambiguos para Ciudadanos y etéreos para los socialistas.
El panorama expuesto no facilita una reforma constitucional. Ni existe consenso sobre lo que se debe reformar, menos aún sobre su alcance y todavía menos sobre los objetivos a lograr. Sin duda la financiación autonómica y los límites en el ejercicio de las competencias, son los dos principales problemas. Todo lo demás es secundario o directamente inviable, como transformar el Senado en una Cámara de los gobiernos autonómicos con poder de veto sobre la legislación estatal. Para reformas menores no existe voluntad alguna.
Hay constituciones de larga vigencia, como la de Estados Unidos que han conocido 27 enmiendas puntuales,  la de Francia con pocas modificaciones o la de Alemania con 52 enmiendas en siete décadas. La española como es sabido sólo ha tenido dos enmiendas puntuales. El problema no es sólo reformar un texto con la mayoría suficiente, sino lograr una adhesión popular en referéndum que no lo deje deslegitimado. No parece que el ambiente de crispación de la vida política ayude en ninguna de las dos instancias. Así que seguiremos hablando de la reforma constitucional durante mucho tiempo sin que a los ciudadanos les preocupe grandemente. Un debate típico de la clase política, con palabras grandilocuentes y poco riesgo electoral.

José luís Mendez Romeu

domingo, 5 de noviembre de 2017

Razonar

Tengo para mí que los hasta hace poco miembros del Gobierno catalán querían ser encarcelados (y sabían que ocurriría) para de esa forma rematar su desafío a la ley y al Estado, y de paso intentar rentabilizar electoralmente este hecho de acuerdo con la lógica victimista ya grabada en muchas conciencias catalanas; lo de la huída a Bruselas es ya otra cosa, una salida personal de unos pocos al margen del resto. Tengo par mí también que eso del diálogo que tanto se ha repetido no sirve para nada si no va acompañado de la exigencia de razonar; solo con el sentimiento no vale, porque unos tendrán un sentimiento y otros no. En cambio, si hay que razonar, la cosa ya cambia: el que no razone pierde toda legitimidad.

¿Puede alguien decir que es lícito saltarse la ley? ¿Puede alguien decir que no aceptó el artículo 155 de la Constitución cuando juró o prometió dicha Constitución? Los españoles lo hicimos en 1978. Nadie puede decir “yo acepto la Constitución pero no este o aquel artículo…”. ¿Puede alguien defender que quien no esté facultado para convocar un referéndum lo pueda hacer? Porque si no se está de acuerdo en la respuesta que sea razonable a estas cuestiones no vale la pena seguir “dialogando” (es sabido que hay diálogos de sordos).

Lo grave en el asunto catalán es que no se quiere razonar al menos por una parte: se alude a que el Gobierno español no fue sensible a los deseos de una parte importante de los catalanes (lo cual es verdad), se alude a que si el único que puede convocar un referéndum no lo hace lo harán otros y se alude a que el sentimiento independentista es sagrado y por muchas razones que se intenten oponer a esto no se les hacen caso. Una pretendida mayoría independentista en Cataluña, por otra parte, no está constrastada; muy al contrario, en las últimas elecciones con garantías y legales la mayoría de los catalanes que votaron lo hicieron a partidos no independentistas.

Otra negación de la razón es que en España no hay división de poderes, y que fiscales y jueces están al servicio del Gobierno, lo que no tiene sentido porque los propios independentistas recurren a los tribunales españoles cuando ven lesionados sus derechos. Si el Tribunal Constitucional no hubiese aceptado los alegatos del Partido Popular contra el Estatuto de Cataluña ¿no se habría producido el incendio independentista? Creo que aquello fue una excusa y la hoja de ruta ya estaba trazada por el irresponsable señor Mas. Si el Gobierno hubiese aceptado las propuestas financieras del señor Mas ¿no habría habido incendio? Creo que nada tiene que ver una cosa y la otra, la hoja de ruta ya estaba trazada… entre otras cosas porque se pretendía salvar de la justicia española a no pocos miembros de Convergència y, en primer lugar, al muy desvergonzado señor Pujol y familia.

El señor Tardá, diputado en Cortes y miembro de Esquerra, dijo desde la tribuna del Congreso que el Parlamento de Cataluña había “forzado” el reglamento para sacar adelante ciertas iniciativas que, por otra parte, han resultado ilegales al ser anuladas por el Tribunal Constitucional. Pues bien, aquel reconocimiento ya es algo, ya es razonar, por ahí se podría empezar.

Mentir es todo lo contrario a razonar: decir que una Cataluña independiente permanecería en la Unión Europea, que no habría fuga de empresas, que el nuevo estado sería reconocido internacionalmente, que se dan las condiciones para una acción revolucionaria… todo ello son mentiras que van bien para encender o mantener vivos los sentimientos, pero a medio plazo se revela negativo. Recuerdo a una diputada nacionalista, estos días, en medio de sollozos, decir “tornarem, vencerem…” revela que, o se ignoraba lo que es un estado o se tiene la razón tan atrofiada que se esperaba facilidad para el proceso independentista. Todo lo contrario de razonar.

Desde el 21 de diciembre próximo será muy difícil gobernar Cataluña sea cual sea el resultado, pero dos cosas deben quedar claras a unos y a otros (en mi opinión): que el acatamiento de la ley obliga a todos y que la reforma constitucional necesaria ha de hacerse con la máxima finura, con la máxima generosidad por todas las partes; no valdrán en esto las palabras gruesas y los maximalismos. Veremos si de una vez todos estamos a la altura y razonamos (más que lloriquear o dar voces sin sentido), veremos si la derecha anticatalanista acepta que existe una importante masa de población en Cataluña que desea la independencia para esa comunidad, y veremos si esa masa independentista y sus dirigentes se comportan civilizadamente, sin incendios, para seguir luchando, dentro de la ley, por aquello en lo que creen, pero con razones…

L. de Guereñu Polán.

miércoles, 1 de noviembre de 2017

Los montes de Galicia



La Ley 7/2012 es la que regula, en Galicia, todo lo relacionado con la función social de los montes, las competencias de los diversos órganos, la existencia de un Consejo Forestal, la consideración de los diversos tipos de montes (públicos, de dominio público, patrimoniales, privados, vecinales en mano común y protectores). La Ley también establece medidas de restauración de los montes, tanto con carácter general como la restauración hidrológico-forestal y establece un Plan forestal para Galicia que habría de servir para el aprovechamiento de pastos, caza, setas, otros frutos, plantas aromáticas y medicinales, corcho, resina y otros productos forestales (como la madera) además del derivado del pastoreo.

Los montes de dominio público son aquellos que la Comunidad se reserva para evitar inundaciones en las cabeceras de los ríos o presta algún tipo de beneficio a la sociedad, sobre todo desde el punto de vista ambienta. Los montes protectores son los que, perteneciendo a particulares, están sujetos a cierta protección o sirven para proteger otros bienes.

La Ley citada para Galicia establece medidas de protección que no se llevan a cabo en la medida necesaria por la sencilla razón de que no se presupuestan las partidas necesarias, considerándose por las autoridades de la Xunta, que no se trata de un asunto prioritario, pero cuando surgen los incendios forestales, en cuyo origen no entraré aquí porque hay tantas teorías que han perdido –muchas de ellas- su utilidad, entonces vienen los lamentos y los meses de espera hasta los próximos incendios.

La Ley también establece medidas de restauración hidrológico-forestal, que consiste en garantizar la protección de recursos básicos como el agua y el suelo. Los árboles fijan la tierra para que esta no sea erosionada y arrastrada por las lluvias o las crecidas de los ríos. Tampoco la Xunta dedica la atención debida a estos asuntos, y por lo que he podido comprobar, el Parlamento no se ha destacado en exigir, preguntar, inquirir a los responsables políticos para que esta situación se corrija.

Hay previsto un Plan forestal de Galicia, que es el instrumento básico para la política forestal, pero las evaluaciones que ha venido haciendo y las directrices y programas que ha planteado no han sido tenidos en cuenta por las autoridades. Por lo tanto estamos ante un caso de los muchos que se han citado cuando se habla de leyes: no falta la legislación, falta su puesta en práctica, lo cual exige decisiones y recursos.

Ya se ha dido mil veces que los montes en Galicia (no hablo aquí de otras partes de España) no están limpios, que muchos de ellos están abandonados en manos privadas sin que se les saque el rendimiento posible –y de ahí la desidia- y me atrevo a decir que podría revisarse, por antipopular que parezca, la existencia de montes vecinales en mano común: una cosa es la tradición y otra una gestión moderna del monte que, como hemos visto, podría evitar incendios, abandonos, desaprovechamientos y aumentar la riqueza en sectores ya citados con anterioridad.

Es cierto que el abandono del medio rural en las últimas décadas ha dejado a los montes sin los cuidados que antes sí tenían, pero no nos engañemos: antes también había incendios y con menos medios se les combatía. No es cierto que cuando los pastores llevaban sus ganados, los claros eran aprovechados para pastos, el campesino aprovechaba la leña, etc. no hubiese incendios o estos fuesen menos violentos. Han existido incendios siempre (la Edad Media y los siglos modernos nos lo demuestran), pero nunca como ahora se dispone de medios para combatirlos: otra cosa es gestionarlos bien y tener al monte como una prioridad, lo que no se da.

También se ha dicho que existen demasiados montes en manos privadas sin que se exija a sus propietarios el cuidado y las prevenciones que son necesarias. Por lo que respecta a los públicos, se encuentran dispersos, y esto no se da solamente en Galicia, sino en el resto de España. Pero la política desidiosa en esta materia no siempre se ha dado: ya en 1833 se aprobaron las Ordenanzas de Montes para su mejor aprovechamiento, para su limpieza, deslinde y gestión. Y en 1924 se aprobó el Estatuto Municipal por el que el Estado dejó en manos de los Ayuntamientos la gestión de los montes públicos, lo que demuestra la preocupación de los regeneracionistas de la época (a pesar de encontrarse España en una dictadura) por la riqueza forestal. También durante la dictadura de Primo se incrementó notablemente la inversión en repoblaciones, obligando con ello a la creación, en 1935, del Patrimonio Forestal del Estado.

La Ley 7/2012 de Galicia tiene divididas las competencias entre la Xunta, la Consellería del ramo y los Ayuntamientos, por lo que estos no pueden ahuecar el ala cuando se trata de prevenir incendios y de aprovechar los montes públicos lo mejor que se pueda, salvaguardando los espacios de relevancia ecológica y ordenando la limpieza de todo tipo de monte, privado, público, etc. ¿Para que, si no, existen las ordenanzas que los Ayuntamientos pueden establecer en este sentido?

Me gustaría que se pensase en estos asuntos por parte de los diputados del Parlamento de Galicia, de los profesionales del sector, de los propietarios, la Universidad y de todo aquel vecino que tenga un mínimo de sensibilidad por nuestro patrimonio natural. Sería una forma de demostrar patriotismo en vez de pronunciar una y otra vez la voz “Galicia, Galicia…”, sin más contenido.

L. de Guereñu Polán.